Por Lic. Constanza Bonelli
Desde la experiencia, desde el sentido común y, también, desde la ciencia, entendemos a la amistad como una de las claves para la salud, tanto física como emocional. En la construcción de los vínculos de amistad se basa una parte de la construcción de la identidad.
Es en la etapa de la adolescencia en donde cobran mayor importancia los vínculos con amigos, ya que será en ellos en quienes se trasladará todo el interés que tiene que ser desviado desde el vínculo con los padres, cuando llega este momento de separación que el crecer impone.
A lo largo de la vida algunos vínculos amistosos podrán persistir pero seguramente otros no lo harán. Será muy importante saber discernir cuándo ciertas amistades que resultaron apropiadas tiempo atrás, ya no son adecuadas hoy y estar disponibles a la creación de nuevos vínculos de amistad que coincidan con los intereses actuales.
Existen numerosas razones importantes por las cuales las amistades benefician la vida considerablemente. Una de ellas, muy importante, es cómo estos vínculos inciden positivamente en el transcurso de las enfermedades crónicas o agudas. Numerosos estudios dan cuenta de esta situación. Al acompañar adecuadamente a quien enferma, la relación otorga un sentido a la vida que pudiera estar debilitado frente al hecho de enfermar.
No sólo eso, también se ha estudiado cómo disminuye el sufrimiento, el dolor, la vivencia limitante de la enfermedad cuando el que enferma tiene amigos que lo aman, lo acompañan, lo cuidan, lo valoran más allá de sus nuevos límites, permitiéndole ver todo lo que sí es posible vivir más allá de la enfermedad.
Pertenecer a redes sociales, es decir, tener amigos, genera situaciones placenteras que aumentan el número de endorfinas, un neurotransmisor que actúa como analgésico natural para el cuerpo, de allí su efecto positivo frente al dolor, sea físico o psíquico. Lo mismo sucede en cualquier otro vínculo en el que haya amor.
Pertenecer a un grupo de pares que nos respeta, nos acompaña, nos escucha, con quienes nos identificamos y aprendemos, incide poderosamente sobre nuestra autoestima, mientras que la ausencia de este acompañamiento la perjudica notablemente.
Este aporte positivo se ve claramente en situaciones en las que la presencia del otro que nos quiere y nos acompaña, motiva nuestra conducta de modo que podemos encontrar nuestra mejor versión. Lamentablemente, pertenecer a grupos negativos, que promueven malos hábitos, que carecen de buenos recursos emocionales, nos empujan a nuestra peor versión. Y la falta o el escaso vínculo social, considerando que somos seres naturalmente sociales, también puede tener efectos negativos sobre el individuo.
El bienestar y el buen desarrollo psíquico, físico y emocional, están altamente influenciados por la calidad de los vínculos que el sujeto desarrolle. La incidencia del entorno en la vida del individuo es muy importante.
Son igualmente importantes las amistades entre hombres y entre mujeres. Más allá de las particularidades que cada una de estas tendrá siguiendo las modalidades femeninas o masculinas, tanto hombres como mujeres pueden contar con vínculos de amistad que denoten una fortaleza que dé la confianza necesaria para crear vínculos sólidos de apoyo. Lo mismo para las amistades entre hombres y mujeres. Según Freud el amor que la amistad promueve sirve como un bálsamo para las heridas de la vida cotidiana.
Las amistades mejoran incluso, según estudios realizados, la calidad del funcionamiento cerebral. Las personas mayores que pasan muchos años en soledad, sin amigos, tienen mayores probabilidades de enfermar de demencia. La capacidad cognitiva mejora gracias al funcionamiento en grupo. Mejoran también la autoestima y con ello, la posibilidad de alcanzar las metas propuestas con mayor facilidad. Son un estímulo permanente a ser la mejor versión de sí mismos.
Lic. en psicología Constanza Bonelli (UBA) Mat.: 31906
Psicoanalista Asociación Psicoanalítica Argentina
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