Por Constanza Bonelli
Todo vínculo se conforma entre dos subjetividades que se eligen, satisfacen, frustran y transforman mutuamente, adoptando determinados posicionamientos psíquicos que suelen complementarse. Podemos observar, por ejemplo, diversos pares complementarios como cuidador/cuidado; admirador/admirado; abandonante/abandonado, perseguidor/perseguido; seductor/seducido; culpable/víctima; maltratador/maltratado, etc., etc. Los posicionamientos que se adoptan están determinados consciente e inconscientemente, por ello se entiende que las parejas disfuncionales permanezcan unidas más allá del malestar que experimentan, ya que una necesidad inconsciente determina esa elección satisfaciendo a una parte del psiquismo mientras hace sufrir a otra.
Las relaciones tóxicas son relaciones sintomáticas establecidas entre dos sujetos que necesitan crear vínculos que les permitan reeditar vivencias patológicas infantiles. Los vínculos primarios, es decir, con la madre, el padre o con quienes hayan cumplido esa función, tallan el lente con el cual observaremos la vida y determinan, consciente e inconscientemente, el posicionamiento que adoptaremos al relacionarnos con los demás.
Repetimos en la actualidad las vivencias pasadas por un mecanismo psíquico que se nos presenta como inevitable. Es lo que llamamos “compulsión a la repetición” o “neurosis”. Tendencia repetitiva que solo podremos frenar al comprenderla mediante trabajo de análisis y con la intención de darle lugar a modos más saludables de relacionarnos. Repetimos porque no lo podemos evitar, como aquello que hemos aprendido; pero también repetimos con la intención de subsanar el pasado doloroso, en una especie de segunda oportunidad, ahora siendo mayores y habiendo desarrollado mejor nuestras habilidades psíquicas, lo que nos permite actuar mejor que cuando éramos niños.
Otra manera de entender la repetición es la de pensarla como modo de elaborar lo traumático. Volver a vivirlo para entenderlo mejor. Como se desprende de vivencias infantiles y en aquella época éramos indefensos y con escasos recursos emocionales, intentamos reeditar los traumas para comprenderlos mejor y sacarle así la carga negativa, traumática, que aún ejercen sobre nosotros.
Las figuras de apego de la infancia, madre, padre o quien cumpla esa función, establecen modos de relacionarnos a los que nos adaptamos, sean saludables o no. Se trata de figuras tan importantes para el niño, que éste intentará “salvarlas” de cualquier afecto negativo adaptándose y aprendiendo la modalidad de vínculo, aunque este sea frustrante y enloquecedor.
Teniendo en cuenta la repetición sintomática del adulto, es importante reconocer la propia implicación psicológica en una relación tóxica para poder resolver el síntoma que nos deja unidos al otro, sufriendo. Si esto no se elabora, la relación perdura o bien se rompe pero rápidamente establecemos una nueva relación con las mismas características sintomáticas, eternizando así este modo traumático de vivir con el otro.
No solo se repiten las mismas configuraciones o posicionamientos aprendidos ante el otro, también pueden invertirse los roles. El niño siempre aprende los dos personajes de la situación traumática, víctima y verdugo, por ello puede en el futuro identificarse con ambos personajes en una relación. Es decir, puede invertir la escena, si era víctima comportarse como victimario de su par en la actualidad. Si se identifica con el verdugo evita ser perseguido por el victimario, pero también si se identifica de modo masoquista con el papel de la víctima, sufrirá en esta relación actual de modo controlado lo que en la infancia recibía de modo sorpresivo. Ese control es suficiente para tolerar mejor la violencia del otro.
Se trata de enamoramientos patológicos, sintomáticos, establecidos sobre traumas infantiles, en los que se transfiere a la persona “amada” conflictos preexistentes. Suelen crearse vínculos adictivos muy sufridos pero que no logran separarse porque sintomáticamente satisfacen supuestas necesidades enfermas.
Son parejas a las que las une el síntoma. Cuando uno de los dos miembros se “cura”, por ejemplo, mediante el trabajo de análisis, éste puede ver claramente el conflicto subyacente y al dejar de idealizar y distorsionar la relación, puede correrse y separarse, teniendo ahora la posibilidad de establecer nuevos vínculos saludables.
Lic. en psicología Constanza Bonelli (UBA) Mat.: 31906
Psicoanalista Asociación Psicoanalítica Argentina
licbonelli@gmail.com