A Plastic Ocean, el documental que tenés que ver
Craig Leeson siempre estuvo fascinado por la ballena azul. En 2011, el periodista, director de cine y aventurero se dispuso a rodar un documental sobre la ballena azul [el animal más grande que ha poblado la Tierra, cuya longitud supera los 29 metros y su peso las 180 toneladas], una especie con la que este estaba obsesionado desde su niñez. Pero un habitante no deseado desvió su atención. El plástico en el océano y ahí todo cobró un nuevo sentido.
Tras dos semanas de navegación, y ya a punto de rendirse ante la escasez de resultados, visualiza por fin, junto a su equipo, un fascinante ejemplar. Leeson lo describe como “una nave espacial enorme, que viaja sin esfuerzo”. Se acercan en una barca y consiguen imágenes inéditas del animal bajo el agua. Una visión extasiante, que pronto se ve ensombrecida por un protagonista inesperado. Mientras la ballena se aleja lentamente en el océano Índico, a unos 30 kilómetros al sur de la costa de Sri Lanka, la cámara viaja hasta la superficie marina. En ella flotan cientos de residuos plásticos: una red de basura de la que también se desprende una sustancia aceitosa. Algunos son de menor tamaño, como tapones o restos de bolsas. Otros, como una gran cesta amarilla o un zueco desparejado, se reconocen sin problema desde la distancia.
Así da comienzo A Plastic Ocean (2016), el documental, disponible en Netflix, que muestra las dimensiones de una de las crisis ambientales más acuciantes de la actualidad y que es de visión obligada por todos los habitantes de la tierra para que se tome conciencia y se lleven a la acción medidas en la vida cotidiana.
Leeson, al que acompaña en la investigación la campeona mundial en buceo libre Tanya Streeter, comienza a preguntarse qué está pasando en los océanos alrededor del mundo. Una premisa que les lleva a recorrer personalmente buena parte del planeta. De Tasmania a Marsella (donde hacen una inmersión en el Mediterráneo, cuyo suelo marino se revela plagado de residuos); y, de ahí, a la conocida ‘isla’ de basura del Pacífico Norte, que ocupa el doble de superficie que Texas y donde millones de fragmentos de microplásticos nadan a sus anchas.
Estás partículas que, en muchos casos, terminarán siendo ingeridas por la fauna marina -colándose así, en forma de toxinas, en la cadena alimenticia y luego pasarán en muchos casos a nuestra alimentación.
Pero los peces no son los únicos. El viaje continúa a una ciudad costera al noroeste de Sydney, donde se evalúa el impacto del plástico en las aves migratorias. Las imágenes, que incluyen autopsias realizadas a los ejemplares muertos, son tan alarmantes como difíciles de contemplar: los estómagos, de nuevo, rebosan centenares de piezas de este material. Algunas, insospechadamente grandes. Y, cuando el espectador cree que lo peor ha pasado, la cinta sigue recorriendo lugares y más lugares afectados por esta pandemia. En Filipinas, por ejemplo, se divisan canales repletos de residuos y aldeas habitadas construidas sobre mantos de plástico.
“¿Cómo puede un producto desechable estar hecho de un material que es indestructible?¿Dónde va todo ello?”, se pregunta al comienzo de la cinta Tanya Streeter, en el marco de una TEDx Talk ofrecida en febrero de 2012. Tras ver el documental, la triste respuesta es más que evidente. Sin embargo, una vez superado el impacto producido por la grabación, también se produce una lectura positiva.
El avance exponencial del uso plástico en las últimas décadas y su incapacidad para degradarse es un tema de urgencia para la fauna y flora de la tierra y para nosotros como especie responsable. La única alternativa es cambiar de hábitos. El primer paso, eliminar el uso del plástico para aquellas actividades de un sólo uso. El segundo, reciclar.
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