Relaciones simbióticas
Cuando dos organismos viven juntos en una íntima unión fisiológica para su mutuo beneficio se denomina simbiosis. Se trata de una relación con mutuas aunque diferentes ventajas.
El ser humano progresa desde un parasitismo embrionario y fetal hasta una simbiosis posnatal, que luego deberá ser abandonada en la constitución del psiquismo y de la identidad. Al nacer su parasitismo no se relaciona sólo a la madre biológica ya que otras personas pueden ocupar su lugar llevando a cabo la asistencia materna. Pero sin esta asistencia el ser humano no puede sobrevivir. El niño depende de la madre (o sus sustitutos) para subsistir físicamente y para existir psíquicamente.
El modo en que esta simbiosis posnatal transcurra y se transforme o no en una adecuada distancia entre dos individuos ahora diferentes, madre e hijo, será la base de la construcción del psiquismo del niño. Dejará las huellas para próximas relaciones adultas con características particulares y similares a las de la infancia. A partir de mecanismos psíquicos de introyección y proyección, madre e hijo se influyen mutuamente, provocando cambios psíquicos en la madre y determinaciones para la formación del psiquismo del niño.
Primeras experiencias al nacer
Las primeras experiencias al nacer, el modo en que la madre responde a las necesidades del bebé, funcionan como patrones para la vida adulta. Pensando en la simbiosis inicial, lo que resulta necesario y adaptativo para una etapa no lo es para otra. Principalmente esta dependencia absoluta del niño al nacer debe ser gradualmente abandonada y es necesario que se independice cada vez más. Sin embargo según la intensidad con la que se haya vivido la simbiosis madre-hijo, el psiquismo que se haya desarrollado, el ambiente en el que esto haya sucedido, la diferenciación yo-no yo, la rotura de la simbiosis, la posibilidad de conformarse como un sujeto independiente, capaz de relacionarse con otro de un modo adecuado, será mejor o peor desarrollada.
En el camino desde la simbiosis inicial hacia la diferenciación yo-no yo, pueden desarrollarse distintos tipos de psiquismo que irán desde lo más patológico hasta lo más saludable. Cuando no se logra la individuación estará dada la posibilidad de desarrollar una psicosis infantil simbiótica, en la cual la representación mental de la madre no está diferenciada del niño. Se trata de una fusión que no le permite al niño el desarrollo de un yo. El niño es una especie de apéndice de la madre, un ser que no se desarrolla como tal, no encuentra su deseo, no se constituye como sujeto, no deja de ser objeto para la madre. Ambos, madre e hijo, están confundidos, fusionados. El extremo opuesto a esta situación, lo saludable, es que se rompa esa fusión inicial y el niño se separe de ella, convirtiéndose en un sujeto con deseos propios y dejando de ser el objeto de la madre. Aquí es esencial la acción de padre, la función paterna, encargada de separar al niño de la madre.
Conformaciones psíquicas
Existen distintas conformaciones psíquicas según se haya dado este proceso que lleva de la simbiosis a la diferenciación. Desde las más patológicas como las psicosis simbióticas, la esquizofrenia, el autismo hasta distintas modalidades neuróticas de gravedad variable, teniendo en cuenta cómo se satisfacen las necesidades mutuas del par madre-hijo fusionados. Estas diferentes relaciones recíprocas, neuróticas, serán transferidas luego a todo tipo de relación, de pareja, laboral, con amigos, con los hijos, etc. Será un modo de relacionarse que se extenderá a todos los aspectos de la vida de la persona como un patrón que facilitará la repetición de ese modo de vincularse inicial.
Relaciones tóxicas
Si pensamos en la elección de pareja si se realiza de un modo simbiótico, el otro es un ser necesario sin el cual no se puede subsistir. Este tipo de relación es claramente tóxica ya que no se trata de compartir con otro al que se elige y se percibe como distinto, con deseos de cada miembro de la pareja, sino que se conforma una especie de célula narcisista, simbiótica, que representa la relación inicial de la madre con el bebé, que es de mutua necesidad pero sin la cual el bebé no puede vivir. El otro no es alguien a quien se desea y elige sino alguien a quien se “necesita”. Esta necesidad lleva a una ambivalencia por la cual también este otro, que es necesario para vivir, es atacado por la hostilidad que la consciencia de esa dependencia genera y por el permanente temor al abandono, vivenciado con fantasías de aniquilación. Son relaciones adictivas en las cuales la pareja elegida funciona igual que las sustancias en el adicto o como cualquier otra adicción.
En las relaciones simbióticas si el otro se aleja el abandonado siente que es aniquilado. Sin el otro no puede existir. Esto es habitual en individuos celotípicos, posesivos, que crean vínculos de alta dependencia psíquica. En la relación simbiotizada no hay dos individuos, sino que se crea una nueva existencia en la que están fusionados, de allí las vivencias de aniquilación en la ausencia del otro miembro de la célula narcisista.
Así como en la infancia lo saludable es pasar de la simbiosis a la diferenciación, pensando en psiquismos que han logrado un buen desarrollo salvo por una tendencia neurótica al apego, la salud irá por el camino de pasar de la simbiosis a la diferenciación. De poder pensarse y funcionar acompañado por el otro pero siendo cada uno un ser individual, singular, y no conformando esa existencia fusionada. Así cada uno podrá percibirse como un sujeto con sus propios deseos que elige una pareja, en lugar de sentirse la mitad de ese ser en fusión con el otro. Las vivencias que se desprendan de estos dos modelos opuestos de relaciones serán llamativamente diferentes, siendo las del apego extremo la más patológicas y las diferenciadas las más saludables.
Relaciones simbióticas
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