El fenómeno migratorio implica una serie de pérdidas y duelos que merecen ser tenidos en cuenta a la hora de cambiar el lugar de residencia. Se trata de un proceso complejo que no terminará con el regreso al lugar de origen si fuese posible volver. Los motivos que llevan a tomar la decisión de migrar pueden ser muy variados, desde la búsqueda de mejores condiciones de vida, crecimiento profesional, trasladarse al país del ser amado, hasta guerras, desastres naturales, exilios políticos y persecusión, entre otros. Si bien es evidente que se trata de motivos bien diferentes, toda migración llevará a un proceso de pérdida y duelo, y será necesaria una elaboración adecuada para que las consecuencias negativas de este proceso no se vuelvan crónicas.
Si pensamos en la migración por elección, desde el comienzo mismo de la vida el hombre se encuentra entre dos pulsiones bien marcadas que son contradictorias y de allí el conflicto. La pulsión, el deseo, por conocer y explorar nuevos lugares, y la necesidad de echar raíces en el territorio de origen. Junto a esta polarización de deseos encontramos otra, la que se refiere a idealizar un lugar en contradicción con el otro. En principio puede idealizarse el lugar al que uno irá y luego se idealiza por nostalgia el lugar de procedencia. Ninguna de estas instancias colaboran con una adecuada elaboración de la migración, por el contrario, será lo que lo hará más difícil.
La idealización inicial sobre el lugar de acogida cae al encontrarse con las dificultades en la adaptación. Allí comienza la idealización sobre el país del que se procede, pero algo similar sucederá si es posible volver, ya que la nueva realidad tampoco coincidirá con lo idealizado. La idealización del país de origen sirve como refugio frente a las dificultades que plantea la adaptación al nuevo lugar, creando una nostalgia hacia lo abandonado y un rechazo hacia lo nuevo, que de este modo recibe las proyecciones de lo malo. Esta situación remarca las diferencias entre los distintos lugares, y esto aumenta el sentimiento de extranjerización, que se refiere a que el inmigrante siempre se sentirá y será visto como “distinto”, tanto por el grupo nuevo como por el original y, a la vez, verá “distinto a él” al nuevo grupo, y si volviera tampoco se sentiría como el resto del grupo de orígen con quienes antes de irse se sentía par. Este es el gran problema de la migración, que una vez que uno se va ya no sentirá propio ningún lugar, ni el abandonado si volviera, ni el de acogida. Por ello es necesario realizar un adecuado proceso de elaboración de esta situación para que con el tiempo se logre una estabilidad que permita la reconstrucción de una nueva identidad.
Quien migra se sentirá siempre distinto, las grandes o pequeñas diferencias de costumbres delatan su condición de extranjero. El idioma, los modos de hablar, la cultura de cada lugar hace a sus miembros parte de un conjunto particular del cual el extranjero no puede formar parte. A lo sumo, y en el mejor de los casos, logrará ser bien aceptado y aceptará al nuevo grupo. Las experiencias migratorias si bien son difíciles pueden resultar en un enriquecimiento de la personalidad si se integra de un modo creativo lo nuevo y lo viejo. Este será el trabajo elaborativo de la migración, crear un nueva identidad que conserve lo propio, lo originario y que se combine con lo nuevo, lo adquirido en la situación actual. Serán “identidades mestizas” que unan las características de lo viejo y lo nuevo de un modo particular, creativo.
Como todo cambio, variar el lugar de residencia provocará una “crisis” que requerirá de las herramientas psíquicas necesarias para ser atravesada con éxito. Como toda crisis es a la vez posibilidad de crecimiento, en este caso lo es también. El encuentro con nuevas culturas significa apertura, desarrollo, adquisición de nuevas experiencias y, por lo tanto, crecimiento. Sólo que será necesario sobrellevar lo negativo de la crisis para transformarla en una experiencia para crecer, alimentándose de “lo nuevo” que esta situación migratoria tiene para dar, y conservando “lo viejo” que es la base de nuestra identidad, es decir, que es parte sustancial de quienes somos.
Este no es un trabajo fácil. Perder lo común del lugar de origen y encontrarse con “lo distinto” toca fuerte los parámetros constantes de nuestra identidad. “Nuestro lugar”, el de origen, dice sobre uno mismo y sobre el grupo de pertenencia. La “historia” de cada uno y del grupo al cual pertenece habla directamente de quienes somos, tanto que al perderlo aparece un sentimiento de extrañeza difícil de tolerar. La familia, las costumbres, las palabras, los gustos, los sonidos y los olores propios de un lugar generan un sentimiento de familiaridad que unifica a quienes forman parte de él como miembros del mismo. Ésto no se encuentra en el nuevo lugar, nunca será el lugar de origen ni será parte constitutiva de la historia de quien migra. Sólo será el lugar al que llegó que no es vivenciado como de pertenencia. A lo sumo logrará con un buen trabajo de aceptación de esta realidad acoplarse a la nueva cultura como formando parte pero no desde el principio.
El deseo de integrarse a la nueva cultura tendrá que enfrentarse a las resistencias que provienen del miedo a perder los parámetros culturales que hacen a la identidad y que pertenecen a la cultura de origen. Se genera de este modo un conflicto de lealtades entre pertenecer al lugar donde uno nació o adaptarse definitivamente a donde llegó.
El desarraigo generalmente se vive como algo traumático, y es por ello que toda la organización psíquica se pone a prueba frente a la ruptura de la identidad, que obligará a una reestructuración para salir adelante y superar este cortocircuito.
Este proceso toca de lleno al narcisismo, al amor hacia uno mismo, constituído a lo largo de la historia a partir de la identificación con la familia de origen, principalmente los padres, y con el grupo de pares. Un factor importante que sostiene al narcisismo es poder mantener esa integración depositando los aspectos positivos en uno mismo y en quienes son como uno, y por el contrario, proyectar hacia afuera, hacia lo distinto, lo malo. Es así que en la nacionalidad, en el grupo de pares, depositamos todas las características que nos enaltecen y dejamos para “los otros” aquellos caracteres que no consideramos bien vistos. Así al llegar al nuevo lugar, quien migra hará ese proceso sobre quienes forman parte del nuevo grupo y conservará lo bueno para el grupo abandonado. Así reforzará la nostalgia y la idealización en detrimento de la incorporación apropiada al nuevo lugar. “Los otros”, los nuevos, harán algo similar con el extranjero, lo que no favorecerá un apropiado recibimiento. Y el grupo de origen, dolido por el abandono, no verá con buenos ojos al que se va, y proyectará ahora sobre él características negativas. Ésto genera una situación compleja que hará aún más difícil el proceso de adaptación al lugar al que se ha trasladado. Si pudiera volver se encontraría con la distancia entre lo idealizado y lo encontrado, que con el paso del tiempo ya no será igual, y a la vez, tendría que enfrentarse a la nueva mirada de los miembros antes abandonados que, dolidos, podrían recriminar con críticas a quienes se hayan ido.
La identidad está íntimamente relacionada a lo transgeneracional, ya que lo que hace a la identidad de los padres se transmite a la de los hijos. En las familias atravesadas por procesos migratorios el modo en que se elabore el mismo determinará cómo será transmitido. Si no es elaborado, como todo otro contenido psíquico que no lo sea, se transmitirá en bruto lo que dejará como trabajo a la nueva generación la elaboración de la antigua migración. Ésta generación se encontrará además con padres que están atravesando un proceso doloroso de migración, con sentimientos de desamparo, desarraigo y extranjerización, que si no logran resolverlo adecuadamente se convertirá en un factor negativo que incidirá directamente sobre los procesos psíquicos constitutivos de los hijos.
Cuando la migración es traumática podemos encontrar consecuencias negativas en la salud psíquica y física de quienes la padecen. Desde depresión, procesos de duelo que no se resuelven, sentimientos de apatía, nostalgia, desamparo, aislamiento, trastornos de identidad y crisis de pánico, así como también problemáticas físicas que dan cuenta de somatizaciones de esta problemática. Es por ello que es importante no minimizar la dificultad que significa cambiar de lugar de residencia para darle el espacio necesario para un proceso elaborativo adecuado, sabiendo que pudiera ser necesaria la consulta terapéutica si dicho proceso no se viera en el camino apropiado para su resolución.
Migrar es un cambio, y será necesario un acomodamiento psíquico para atravesarlo adecuadamente y posibilitar el crecimiento.
Lic. en psicología Constanza Bonelli
Consultorios en Nordelta y Belgrano: 4871-6634 / 156-272-2973
UBA matrícula 31906
Candidata de la Asociación Psicoanalítica Argentina
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