Comunicarse adecuadamente es una tarea difícil pero necesaria en las relaciones entre los individuos. Entre padres e hijos, en las parejas, en todo el entorno familiar como así también en el resto de las relaciones sociales de las cuales formamos parte.
Cada familia posee un estilo comunicacional que la define. A través de la comunicación verbal y no verbal se expresan intenciones, necesidades, sentimientos y deseos de los distintos miembros del grupo. En la familia, primer grupo social del ser humano, es donde se encuentra la influencia para la construcción de la identidad, la personalidad, el carácter, y es el modelo de vínculos que luego se utilizará para relacionarse con el mundo exterior.
La actividad comunicativa sirve como medio de transmisión de conocimientos, valores, modos de comportamiento, intereses, proyectos, expectativas, propósitos y sentimientos.
La comunicación no es una simple transmisión de información. Es algo mucho más complejo. Es un proceso interactivo y bidireccional. Hay un emisor que elabora y emite un mensaje y un receptor que lo recibe. El receptor se convierte en nuevo emisor ya sea que responda verbalmente o no al primer mensaje, ya que con palabras o con silencio está dando una respuesta. Con el agregado de dificultad de la comunicación no verbal que inclusive puede o no coincidir con la verbal. Esta reciprocidad genera reajustes en la comunicación influyendo en el mensaje inicial o en los siguientes. Esta retroalimentación puede ser positiva o negativa. Así se crea un circuito comunicacional que dará un estilo de familia determinado.
La constitución de cada estilo se da luego de recurrentes y continuos modos comunicativos y podrá observarse que al utilizarse modos positivos la familia tiende a la funcionalidad y cuando son negativos a lo disfuncional, a los conflictos, a los desentendidos, enfrentamientos y conflictos familiares.
El lenguaje verbal permite mayor precisión descriptiva por ser más explícito, en cambio el lenguaje no verbal si bien puede ser muy claro, no utiliza la palabra sino los gestos, el tono de voz, el lenguaje corporal, el silencio. Junto a estos dos modos del lenguaje se encuentra aquello que se transmite más allá de la intención, el inconsciente. Todo aquello que forma parte de la comunicación que excede a la voluntad y a la intencionalidad de la persona que habla.
Existen dentro de la familia distintos niveles de comunicación. El que se da entre los padres y el de ellos hacia sus hijos, que se relaciona con el rol que desempeñan, y el que se crea entre hermanos que les permite una unión para acompañarse, jugar, relacionarse entre pares y ejercer su rol de hijos.
Para el psicoanálisis, creado por Freud y continuado por grandes pensadores como Lacan y otros, no hay entendimiento objetivo posible entre los seres humanos. El lenguaje, base de nuestra comunicación, es siempre impreciso. No hay palabra absoluta que permita una comunicación exacta. Siempre habrá algo que quede por fuera de la comprensión. Además, en la comunicación, hay mínimo dos personas, que hablan y escuchan, inmersos en un mundo de ideas propio, con un inconsciente personal, obviamente distinto al del otro.
Es por esto que no resulta tan fácil comunicarse. Existe un malentendido estructural en el habla entre los seres humanos, que es intrínseco a la comunicación. Junto a la imprecisión de toda lengua existe el inconsciente del individuo que utiliza el lenguaje, entre otros modos, para expresarse. Por ejemplo en los actos fallidos, lapsus, olvidos, en el mundo de los sueños, decimos algo sin intención, sin voluntad consciente, porque el inconsciente se apodera del lenguaje y habla más allá de lo que pensábamos decir. Lacan sostiene que es justamente allí, donde el lenguaje es impreciso, equívoco, en donde surge el sujeto. Allí cuando decimos sin intención de decir. Ahí aparece lo que somos más allá de lo que mostramos o vemos de nosotros mismos.
La falta de comunicación es un motivo suficiente para el conflicto entre miembros de una familia, de una sociedad, de una pareja. Y por lo dicho anteriormente entendemos falta de comunicación no sólo a quienes “hablen poco” sino también a quienes estén en graves “malentendidos”. Si bien es una característica propia del lenguaje su imprecisión, pueden crearse circuitos comunicativos sanos que nos permitan aceptar y comprender el “malentendido” estructural.
La propuesta del psicoanálisis frente a esta ineludible cuestión no es hablar hasta el cansancio en el intento infecundo de entendernos entre sí. Sino aceptar la ambigüedad que la palabra instaura en el encuentro con los otros. Es decir, no insistir en una comprensión tal en la que cada uno se acerque a lo que buscaba previamente a esa unión con el otro, sino aceptar lo nuevo, no repetir, admitir las diferencias y lo desconocido. La diferencia promueve lazos de mayor riqueza. Es así como somos movidos de lo endogámico familiar repetitivo y vamos al encuentro con lo nuevo y diferente.
Aceptar la diferencia es uno de los objetivos principales del tratamiento analítico. Es esencial para tal aceptación la renuncia a los ideales inalcanzables para lograr relaciones con posibles disfrutables entre quienes se dé la relación, la familia, la pareja. En la pareja se trata de aceptar y disfrutar de quien tengamos en frente dejando de lado al que una vez pensamos tener, “ideal”, y en relación a los hijos ó a los padres, lograr una tarea similar. Poder ver y valorar a quienes sean más allá de quienes hayamos querido que fueran.
No hay complementariedad posible en la relación con el otro más allá de la ilusión. Esa diferencia entre lo que buscamos y lo que encontramos queda reflejada en la imprecisión de la palabra. En el hecho de que el otro nunca será el que imaginamos sería, es un diferente, distinto al ideal. De allí el malentendido estructural, que cabe para todo tipo de relación. No sólo de pareja, sino hacia los hijos y los padres. Cuya posible solución, o intento saludable, consiste en aceptar esa diferencia, la renuncia al ideal.
Entre padres e hijos esta situación tiene la complicación del salto generacional, de la diferencia de intereses, de un uso distinto del lenguaje, del cambio cultural. Así comunicarse se convierte en una tarea realmente difícil, pero muy necesaria.
El secreto para una buena comunicación estará del lado de aceptarnos como somos y aceptar a los otros como son. Intentar escuchar dejando de lado nuestros ideales y enriqueciendonos de lo distinto que siempre algo nos puede aportar. Escuchar a nuestros hijos disfrutando de lo que ellos son sin compararlos con lo que esperábamos que fueran, y algo similar con la pareja. Cuando un hijo es escuchado en su deseo siente que tiene lugar para ser.
En el diálogo con los hijos es importante poder escucharlos a ellos, a la vez que nos dejamos escuchar compartiendo nuestras ideas e intereses. De este modo se crea realmente una comunicación entre dos. El inconveniente aparece cuando en lugar de un diálogo hay desde los padres un “pedido de información” de lo que han hecho sus hijos durante el día. Relato que poco o nada interesa a los hijos y que no reciben nada a cambio más que una sensación de control. Distinto es estar interesados en lo que ellos están viviendo y sintiendo y poder compartir que nosotros, los adultos, también vivimos situaciones similares que nos interesa compartir con ellos. No confundiendo roles sino encontrando el modo de dialogar en un interés mutuo.
Comunicarse es principalmente relacionarse con un otro, no es transmisión de información. Es retroalimentarse mutuamente aceptando las diferencias.
Por Lic. en psicología Constanza Bonelli (UBA mat.: 31906)
Candidata de la Asociación Psicoanalítica Argentina
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