El psicoanálisis sostiene que el hombre busca en su propósito de vida alcanzar la felicidad y mantenerla. Esta aspiración tiene dos caminos, buscar la ausencia de dolor y displacer por un lado y vivenciar intensos sentimientos de placer, por otro. Se observan diferencias en quienes predomine uno u otro de estos caminos.
Bajo la presión de distintas posibilidades de sufrimiento provenientes del cuerpo propio y del mundo que lo rodea, el ser humano sólo podrá obtener felicidad teniendo en cuenta estas limitaciones. Por lo cual no logrará alcanzarla de forma permanente sino de modo episódico.
A lo largo de la historia la filosofía ha ido elaborando distintas conceptualizaciones sobre el significado de la felicidad. Los griegos la consideraban el fin de todos los actos, el bien supremo al que todo hombre aspira.
Según diversas lecturas filosóficas, la felicidad puede ser alcanzada eligiendo distintos caminos. Puede estar relacionada al consumo, de este modo será más feliz quien posea mayor cantidad de bienes. Este modo de pensar la felicidad es muy habitual en la era en la que vivimos.
También puede estar asociada al “bien”, es decir, a la posibilidad de buscar un bienestar no sólo personal sino para la sociedad. Esta postura considera tener en cuenta el sufrimiento de los otros y buscar modos de disminuirlo.
Otro modo de pensarla es asociarla al saber. Desde esta perspectiva se cree que conociendo la verdad se alcanza la felicidad. También desarrollando nuestro intelecto y nuestras virtudes.
Otros caminos serían los que la asocian con la búsqueda de la paz interior, como promueve principalmente el budismo; con el compromiso social, que contempla la realización de acciones para el bienestar común; o con el retorno a la naturaleza, es decir, se valoran todas las acciones que nos acerquen a un modo de vida que respete sobretodo lo natural, el cuidado del medioambiente y el beneficio de la humanidad.
Las definiciones de felicidad parecen ser muy variadas y la validación de alguna de ellas sobre las otras dependerá de la consideración del resto de los intereses de cada sujeto singular. Un modo de pensar la felicidad podría ser como una búsqueda del hombre por resolver sus propias limitaciones, teniendo en cuenta los valores que considera superiores a otros.
Durante años se han estudiado la depresión y las enfermedades mentales en el intento de liberar a los pacientes de tales sufrimientos. En las últimas décadas se han comenzado a estudiar los mecanismos que pueden incrementar la felicidad.
A grandes rasgos podemos decir que la felicidad puede ser buscada por medio de objetivos intrínsecos o extrínsecos. Los primeros son inherentes a las satisfacciones de necesidades internas. Encontramos como ejemplo de ellos la búsqueda del crecimiento personal teniendo en cuenta descubrir lo que en esencia cada uno es; también puede asociarse a la valoración de los lazos de amistad y seres queridos; o a un sentimiento de comunidad que tenga en cuenta ayudar a que el mundo sea mejor para todos. Los objetivos extrínsecos están enfocados en algo externo a uno mismo, y principalmente, están centrados en la recompensa, en la alabanza y en conseguir cosas materiales. Entre ellos encontramos la valoración por el éxito económico; la sobreestimación por la importancia de la imágen; o la búsqueda del estatus y la popularidad.
Las personas que están más orientadas hacia los objetivos extrínsecos, suelen mostrar mayor insatisfacción en sus vidas, presentar mayor cantidad de síntomas depresivos o de ansiedad y en general se sienten menos vitales. En cambio, quienes se dirigen intrínsecamente, parecen estar más felices, más vitales, con menor cantidad de síntomas de estrés o depresión. Esto es lo que sugieren algunas investigaciones al respecto, que aportan, además, que la felicidad no consiste sólo en lograr ese sentimiento, sino que ese éxito repercute positivamente en el resto de las funciones del individuo, incluso puede estar asociada a la longevidad.
El ser humano es un ser social, por lo tanto la interacción y la cooperación es una fuente de gratificación. Si bien esta característica convive con intereses egoístas poco cooperativos, los vínculos sociales saludables ofrecen bienestar al individuo. Es posible observar diferencias en las distintas culturas. Aquellas que promueven mayor competencia o las que convocan a la cooperación. Las primeras, competitivas, son más individualistas, y están más enfocadas a lograr crecimiento económico sobre otros valores. Ejemplo extremo de este tipo de sociedad podemos encontrarlo en Japón, que por sobretodas las cosas valora el crecimiento económico, dejando de lado áreas importantes y necesarias en el desarrollo del individuo. Tan extremo es que inclusive tienen un término, una palabra, que sólo existe en ese idioma, que denomina la muerte súbita provocada por exceso laboral. Esta sociedad deja muy por de lado el esparcimiento, el tiempo para disfrutar del ocio y de los lazos afectivos, provocando vidas automatizadas y agotadas hasta la muerte. En cambio, podemos observar que las culturas que promueven la cooperación, que dan importancia a la interacción social, al descanso y a la recreación, presentan niveles más altos de felicidad. Dinamarca sería un ejemplo de este tipo de cultura, según estudios realizados.
Podríamos pensar en la felicidad como una habilidad similar a tocar un instrumento musical o practicar un deporte. Es decir, podemos pensarla como la posibilidad de aprender y mejorar nuestra capacidad de ser felices. Pareciera ser que no existe una fórmula única para alcanzarla. Según los valores de cada individuo, la sociedad en la que vive, los intereses que persiga, elegirá alguno de los distintos caminos que conducen a ser más felices. La fórmula general podría ser “vivir la vida que a cada uno lo haga feliz”.
Al existir distintos caminos posibles para lograr ser felices, probablemente la elección de una de tantas opciones se logre luego de una búsqueda acerca de cuál sea para cada uno el mejor modo de vivir. Se requiere para ello de cierto conocimiento sobre nosotros mismos para poder elegir nuestro sistema de valores y entre ellos el camino más apropiado para encontrar la felicidad.
Freud, padre del psicoanálisis, sostiene que la vida nos impone dolores y desengaños inevitables. Y encuentra que podemos intentar soportarlos buscando ciertos “calmantes”. Los agrupa en tres grandes clases. Habla de distracciones poderosas, como la actividad científica; de satisfacciones sustitutivas, como el arte, que nos ofrece ilusiones sobre la realidad; y sustancias embriagadoras, que nos vuelvan insensibles a los dolores.
Acerca de la felicidad, meta del individuo, sostiene que sólo puede obtenerse por contraste y por breves momentos. Es decir, todo placer que se extienda en el tiempo se convierte en simple bienestar y ya no lo sentimos como felicidad. Ésta tiene la característica de ser episódica y presentarse si encuentra un contraste con el estado previo del individuo.
Como la idea de felicidad está asociada a lo que a cada ser elija para ser feliz, no podemos no relacionarla al deseo. Por definición, el deseo se mantiene a lo largo de la vida porque si bien va encontrando en su búsqueda objetos que lo satisfagan, nunca lo hará totalmente sino dejaríamos de desear. El encuentro fallido en cada búsqueda es lo que sostiene en marcha el mecanismo del deseo y es justamente lo que nos mantiene con vida.
En esta búsqueda el sujeto recurre al análisis demandándole al analista la respuesta de la felicidad. El paciente quiere dejar de sufrir y ser feliz. El analista acepta la demanda pero en lugar de darle la respuesta, al no creer en ese saber que le infiere el paciente, como lo harían otras corrientes como los terapéutas, gurúes o religiosos, transfiere esa demanda de felicidad en deseo de saber. Pero se trata en este caso de un saber especial, distinto. No es una respuesta, sino saber del vacío, de la característica del sujeto que para que sea tal se relaciona a un objeto que nunca será el que colme su deseo. Es decir, un saber sobre lo que falta y siempre faltará, que nos mantendrá vivos, en permanente búsqueda de satisfacciones insuficientes, hasta la muerte.
Podría pensarse que la felicidad puede encontrarse justamente en la búsqueda que cada individuo realice, en el camino que elija para buscar satisfacciones parciales de sus deseos, entendiendo que nunca encontrará una respuesta única y total, porque ese saber no existe.
Por Lic. en psicología Constanza Bonelli (UBA mat.: 31906)
*Candidata de la Asociación Psicoanalítica Argentina
licbonelli@gmail.com