Que funcionen como un oasis: un lugar confortable, seguro, vital. Y más, que se conviertan en el escenario para el relax, esparcimiento, desconexión, ámbito de encuentro con la naturaleza y personas queridas. Con este enfoque el jardín resulta un espacio para vivir (en algunas épocas fue sólo para mirar o producir) y podemos llegar a disfrutarlo con todos los sentidos.
Un jardín diseñado con este último objetivo incluye no sólo volúmenes, texturas y colores agradables a la vista, sino también, por ejemplo, presencia de flores que aportan su perfume, follajes leves que susurran con el viento, césped como una alfombra mullida para pisar descalzo y frutos y hortalizas que podemos degustar de nuestra propia producción. Este abanico de sensaciones viene a satisfacer una importante necesidad hedonista que nuestra sociedad manifiesta por estos días, transformándose en experiencias de placer.
Estas experiencias son mucho más ricas por la característica dinámica de un jardín, el que como un organismo vivo, nos sorprende con detalles diarios, cambios estacionales y un notorio crecimiento con el paso del tiempo.
En un jardín particular, logramos potenciar ese placer cuando el mismo responde cabalmente a las necesidades de uso de sus habitantes, así como cuando está alineado con sus preferencias estéticas y, de esa manera, ellos se sienten identificados y representados en ese espacio.
Resulta fundamental combinar estos elementos personales con el entorno en donde el jardín se implanta. En la mitología romana se denominaba “genius loci” al espíritu protector de un lugar. En la actualidad, con esta expresión nos referimos a los aspectos característicos o distintivos delentorno. De manera poética, algunos paisajistas nos proponemos “escuchar las voces” del lugar al comenzar el diseño de un jardín.
Natural o creado por el hombre, el entorno nos ofrece información: los factores climáticos resultan mandatorios, así como la topografía y el tipo de suelo. Todos ellos determinan la vegetación adecuada a ese contexto.
Cuanto más abierto el entorno, tanto más enriquecedor. En los lotes lindantes a una cancha de golf, un espacio arbolado de uso común o una laguna, estamos en situación de expandir el perímetro del lote, desdibujando o hasta desapareciendo sus límites. Replicar formas geométricas existentes en estos espacios mayores, traer al jardín ritmos, proporciones y hasta especies vegetales, son algunos mecanismos con los que logramos que ambos convivan en armonía, se integren y potencien.
La presencia del agua, símbolo de la vida misma, aporta muchos matices con su movimiento, sus reflejos y su luminosidad, desaturando colores bajo un cielo nublado o haciéndolos vibrar en un día de sol.
Al fin y al cabo, seguimos disfrutando de la vista y el sonido del agua y proveyendo la irrigación a nuestros jardines como en aquellos de hace más de 4.000 mil años a las márgenes del Nilo, Tigris y Eufrates. Y conservamos la idea del jardín del Edén como un reflejo del paraíso…
Por Arq. Lucila Bustos
Oda al Verde, paisajismo
www.odaalverde.com