Mientras trabajábamos en esta edición, ocurrió la peor masacre cometida por un hombre en los Estados Unidos. En el estado de Las Vegas, que cuenta con una población estable de 650.000 habitantes y una gran cantidad de turistas y visitantes, un individuo de 64 años -multimillonario y ludópata- disparó salvajemente sobre una multitud de 22.000 personas que se deleitaba en un festival de música que tenía lugar en la ciudad. Este victimario solitario, de apellido Paddok, le robó despiadadamente la vida a 58 personas e hirió severamente a casi 600. Este asesinato, trauma gigantesco, provocó no sólo tristeza y dolor sino también consternación, desconcierto y una angustia que se convirtió en ataque de pánico colectivo frente a la posibilidad que esto se repitiera o, lo que es lo mismo a nivel psicológico, que no tuviera fin.
Pero vale la pena destacar -desde el ámbito que me compete- un punto significativo. Se trata del reclamo insistente y desesperado de descubrir una explicación, un motivo, un por qué a la irracionalidad violenta que escapa a todos los valores y consensos del amor, respeto e interés por la vida.
Lo que se busca tiene varias intenciones: prevenir y castigar al culpable; pero algo más a nivel latente que es la fantasía de controlar, manejar y dominar la pesadilla. Porque este hecho, más allá que se haya tratado de un paranoico o un psicópata grave o una explosión delirante, nos ha dejado a todos ajenos a nuestra lógica, a nuestra comprensión del mundo y el hombre, y a la necesaria seguridad que requiere la convivencia. Por eso sería ingenuo creer que cualquier explicación dará sentido al sin sentido que terminó con la vida de tantos pero, y esto es clave, nos permite a los demás en nuestro mundo interno recuperar un lugar coherente y no sentirnos prisioneros de la amenaza loca de un asesino que, cualquiera sea el diagnóstico que le hagamos, no apaga su virulencia. Por eso el reclamo de verdad es también una forma de gritar socorro.
El otro aspecto destacable y que tiene algunos puntos que lo ligan al anterior, es la solidaridad y el amor por el semejante manifestado por todos aquellos que pudieron ayudar. Esas conductas nos alivian de la vivencia de indefensión que lo inefable, cuando se tiñe de muerte, genera.
Es importante en los momentos de arrebato injusto e injustificado recuperar y valorar los aspectos heroicos que también se alojan en el alma de mucha gente.
Dr. José Eduardo Abadi
Medico-psiquiatra-psicoanalista