La chantada

La chantadaEs un enemigo que acecha y que en nuestro país, en casi todas las aéreas, logra repetidos triunfos haciendo que la mediocridad mas allá de su disfraz postergue aquellas metas que exigen el esfuerzo, la imaginación, la sana ambición, la humildad, la curiosidad frente a lo que ignoramos y el placer frente a lo nuevo. Es llamativo, o no tanto, cómo se confunde la seriedad y la rigurosidad con aburrimiento, y diversión con banalidad.

La chantada, que a veces el lunfardo llama berretada, minimiza a los objetivos considerados meritorios con un escepticismo y con una indiferencia que hace que lo valioso parezca sólo una apariencia o directamente un engaño.

El chanta, carece naturalmente de autoexigencia, responsabilidad (dar respuesta por lo que se dice o hace) y tiene una conciencia crítica harto liviana que habilita con llamativa soltura las infracciones, o si prefieren, aquellas cosas realizadas de forma insuficiente. Los resultados por lo tanto no solamente son ajenos a la excelencia sino precarios y a veces peligrosos.

Detrás se esconde la inseguridad vestida con diferentes ropajes: corrupción, prepotencia y una patética pretensión omnipotente. Nada más lejos de la potencia creadora.

La apología del verbo zafar es una de las banderas elegidas.

La culpa vive en el exilio y no se toma conciencia de lo limitante que es para el propio individuo. Por otro lado, cuando se expande en la sociedad favorece horizontes mediocres que desalojan al merito y al crecimiento. No cabe duda y es interesante estudiar la relación que existe con la dificultad de construir una comunidad consistente, pilar calificado de una estructura republicana. ¿Por qué? Porque la miopía inherente a esta caracteropatía social nos aleja del ejercicio de la verdad y por lo tanto de la ley, la sanción y la justicia.

Se puede, pero que hay que quererlo sinceramente y no sólo desearlo pasiva y cómodamente, cambiar ese paisaje y entonces transformar ese conformismo dañino en un proyecto que enriquezca la autoestima, inspire la solidaridad y sepa que la noción de riesgo no es lo mismo que la de peligro; y que la adversidad no es sinónimo de fracaso.

Cuando se consiguen plasmar estas transformaciones se observa algo que he planteado en anteriores trabajos: disminuye la envidia y la difamación. Como corolario nace la capacidad de admirar a quien lo merece y por lo tanto aprender y desarrollarse.

Dr. José Eduardo Abadi

Medico-Psiquiatra-Psicoanalista

jeabadi@gmail.com

www.joseeduardoabadi.com.ar

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