A cada persona le vale un jardín: las prolijas pueden tener jardines verdes con mucha estructura y algún color, las relajadas pueden tener jardines más espontáneos, donde en el escenario transcurran más escenas, donde haya muchos cambios de vestuario según las estaciones el año.
Ahora, independientemente de lo que se elija, hay una constante: no existe un jardín sin mantenimiento, lo malo es que no existan demasiados jardineros que se enorgullezcan de su profesión. Para poder pintar un cuadro hay que conocer los colores y para poder hacer un jardín hay que saber cómo viven las plantas, cuánto viven, a quién aceptan de vecinas. Somos primero jardineras, después paisajistas.
En esta oportunidad elegimos 3 tipos distintos de jardín: tropical y también desértico; pampeano donde priman las gramíneas; y jardín de flores. Tres estilos bien diferenciados.
El primero de ellos queda cerca de las barrancas el Río de la Plata, en Acassuso, y no se podían ignorar unas Tipas antiquísimas que existían en el lugar desde siempre y que albergaban epifitas, helechos, monsteras y todo lo que se nos pudiera ocurrir en sus retorcidos troncos negros. Una enorme Strelitzia blanca, algunos bananos al fondo y palmeras por donde pisaras indicaban que si ese jardín no era tropical, mejor era no haber nacido. Los colores predominantes fueron los rojos, los naranjas y los amarillos como los de los pájaros de la selva, nada tenía que ser tímido, la exuberancia era el leit motiv del jardín.
Por su parte, el primer jardín pampeano miraba hacia una cancha de polo, había horizonte, había que mimetizarse con la infinita línea recta que es la pampa. Allí, los pastos aguantan sequias, vientos, frio, calor, además de romper con su flexibilidad la inmensa monotonía. Los pastos sin pedir permiso iban librando batalla entre ellos por ver cuál era el más fuerte. Entre el desorden de espigas y inflorescencias y hojas de distintas alturas se fueron trazando senderos rectos que ordenaban aquella confusión, nos conducían a través del jardín hasta perdernos en la inmensidad de las canchas de polo. Al lado de la cocina, un cantero elevado de plantas aromáticas perfuma con su olor la cocina y el patio de entrada.
El segundo estaba en pleno campo, era un verdadero rancho que había sido primero el depósito de la quinta que proveía a la estancia, en la época donde las estancias eran autosustentables ya que el pueblo quedaba demasiado lejos y los caminos eran de tierra. Hoy se cuenta para mantenimiento un corte de pasto sólo una vez por mes. En el lugar viven también los ciervos y los jabalíes. Ninguna posibilidad de tener un jardín convencional que sería caramelos para todos estos habitantes. Por lo tanto, los canteros se dejaron venir con lo que crecía en los campos. Así crecieron las biznagas tejiendo encajes a veces arrepollados otras veces más abiertos, pero siempre traslucidos y sutiles. Y así fue el mejor cantero que sucedió en mi vida, pero también hubo que editarlo sacando cardos a mano y cargándolos en el jeep.
La tercera alternativa con los jardines de flores, jardines que mudan, ningún año son iguales a otro porque las plantas se van distribuyendo a su antojo. Avanzan o retroceden según sus potencialidades. Se contrastan con sus formas a veces redondas, chatas como las amapolas y las achilleas, otras de forma de campanita como los penstemon o los hemerocallis, otras con forma de varas como las Watsonias o los Iris. Estos son jardines que les cuestan a las personas que no entienden que las plantas mudan. Son jardines que en invierno están desnudos. Pero es el precio que se paga por la diversidad de colores en primavera, verano y otoño. Estos jardines son los más alegres, los más complejos, los que necesitan un ojo constante para controlar que cuando una especie haya terminado su performance, esté la otra en la fila para entrar en escena. Las semillas anuales como las espuelas de caballero o las amapolas ayudan mucho a dar vida a estos jardines en primavera, así como las semillas de cosmos, Zinnias y Cleome lo hacen en verano. Estos jardines son para gente que pueda tolerar que no todo esté siempre en su lugar, que hay un tiempo para todo, que es poco lo que se puede controlar, en fin, que uno se mantiene joven mientras tanto exista algo que lo pueda sorprender. Es esa difícil línea que divide lo salvaje de lo controlado, la que tratamos de seguir. Un jardín es aquel en donde se ve la mano del hombre, porque si no no sería un jardín.
Pero hay que elegir dónde pararse. Personalmente, nos encantan los contrastes, por ejemplo delante de un topiario poner algo tan etéreo como una flor de biznaga. En Francia, en el jardín Plumee, los buxus en forma de olas contrastan con las herbáceas frágiles de adelante.
Por Teresa Zuberbuhler y Ernestina Anchorena
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Fotos adicionales: Valeria Hermida