La vida transcurre en una sucesión de etapas y entre ellas encontramos la adolescencia. Esta es una etapa del desarrollo humano que como todas las demás implica un momento de cambio, de crisis. Es un período de transición física y psíquica, que podemos describirlo como un fenómeno biológico, psicológico, cultural y social. Es una transición que muestra el pasaje de la niñez a la vida adulta. En esta etapa los adolescentes abandonan el cuerpo de la niñez y se encuentran con un cuerpo adulto, lo cual les genera grandes conflictos y la necesidad de encontrar respuestas más adecuadas a estas nuevas necesidades físicas y psíquicas. Este es un período de suma importancia, no sólo por significar grandes cambios sino por el sentido que conllevan dichos cambios. Los jóvenes deberán constituir su propia identidad. A la vez que, de un modo gradual, buscarán independizarse emocional y afectivamente de sus padres, iniciando además el camino hacia una independencia económica.
Esta etapa es la que podríamos denominar adolescencia o “primera adolescencia” si tomamos en cuenta otros momentos en los cuales suceden cosas similares a las recién descritas. Antes, la expectativa de vida tenía un promedio considerablemente menor al que existe hoy, por lo cual no se sucedían las mismas etapas evolutivas. La vida era más corta y las etapas eran distintas. A medida que desde lo biológico logramos acrecentar cada vez más el promedio de vida, nos encontramos con vidas más largas, y no solamente es una cuestión de tiempo. Con los avances en medicina y con la elección de modos de vida más sanos, vemos con mayor frecuencia personas mayores que en edades avanzadas cuentan con la posibilidad de continuar siendo activas.
Otra etapa que transita un conflicto similar al que atraviesan los adolescentes, es la que aparece en la mitad de la vida. Que por presentar vicisitudes semejantes a las de la adolescencia, podríamos llamarla, como lo hacen algunos autores, “segunda adolescencia”. Otro modo de referirse a este período es el llamado “crisis de la mitad de la vida”. Lo que presentan en común ambas etapas es el conflicto que surge desde los cambios físicos y hormonales que deben enfrentarse, junto con una serie de replanteos que determinarán las particularidades de cada período.
Encontramos en las mujeres una serie de cambios físicos, químicos, psíquicos y sociales que las enfrentará a una gran revolución. Cambios que las llevará a vivencias positivas y negativas. Comienzan a sentirse más libres por no tener que encargarse ya de la crianza de hijos pequeños y contar con el espacio de tiempo necesario para emprender acciones dedicadas a ellas mismas. A esta edad pueden empezar a vivir su sexualidad con mayor libertad y conocimiento de sí mismas, sin estar tan asociada a la maternidad. Ahora ellas saben lo que quieren y cuentan con los medios para conseguirlo, pero deben enfrentar el dolor y el duelo de lo que dejan atrás. Entre ellos el síndrome del nido vacío, cuando los hijos dejan de necesitarlas como antes o comienzan a irse. El duelo de un cuerpo que ya no es el de la juventud, no sólo por su apariencia sino por el fin de su etapa reproductiva, y otros duelos son algunos de los conflictos que deberán resolver. Pero con un estilo de vida sana, como es el habitual en estos días de mayor conocimiento científico, seguirán estando en plena capacidad de llevar adelante los deseos que se propongan cumplir, lejos de encontrarse incapacitadas o limitadas por los signos de la edad. Se la llama “segunda adolescencia” porque claramente es un momento de crisis, que se asemeja al anterior, que tendrá cosas negativas y difíciles de transitar junto con otras positivas que implicarán crecimiento y bienestar. Podría suceder que los cuestionamientos de este período despierten en algunas personas una crisis existencial con las dificultades que esto implica, pero con la gran posibilidad de crecimiento que esto conlleva. Puede haber dolor y duelos por coincidir con la vejez y muerte de los padres, la conciencia de finitud y el replanteo de los proyectos que se constituyeron en años más jóvenes. Pero también podemos encontrar en ellas mayor tranquilidad, más libertad y más conocimiento de sí mismas, lo cual les permitirá elegir mejor el modo en el que hoy quieren vivir.
En el hombre nos encontramos también en la mitad de la vida con un momento de crisis al cual podemos llamarlo “segunda adolescencia” porque presenta características similares a la primera. Dicha crisis se caracteriza por un momento de mucha inseguridad que proviene de los cambios físicos y modificaciones químicas que experimenta, que lo enfrentan a un desempeño sexual diferente al de sus años de juventud. Por lo cual se despierta una resistencia al paso del tiempo, angustia y ansiedad por no sentirse con las mismas fuerzas y habilidades con las que contaba cuando era más jóven, no sólo en el ámbito sexual, sino también en lo social, lo laboral, lo deportivo. Se enfrentan a la andropausia y esto no les resulta nada fácil. Desean sentirse más jóvenes y muchas veces pueden tener conductas no apropiadas a su edad, buscando sentirse como se sentían años atrás. Pero una vez atravesada la crisis, seguramente se acepten los cambios y puedan pasar a la siguiente etapa de un modo enriquecido.
Y gracias a los grandes avances de la medicina y a la cultura que insiste en mostrar modos de vida sana que inciden favorablemente, nos encontramos con una nueva etapa, la “sexalescencia” o podríamos decir “tercera adolescencia”. Un nuevo grupo etario alrededor de los 60 o 70 años que lejos de estar enfermos, cansados, desmotivados y jubilados, son un nuevo conjunto de personas que emprenden actividades que antes eran impensadas para esta edad. La mejor calidad de vida y los avances en la salud modifican la incidencia de las enfermedades anulándolas o atrasándolas por lo cual se prolonga mucho el promedio de vida. Este nuevo grupo se caracteriza por contar con buena salud, ganas y tiempo de llevar a cabo nuevos proyectos y nuevos desafíos. Se proponen proyectos laborales, o quienes van un poco más allá, inclusive, se encaminan en desafíos deportivos o aventuras exigentes. Pero como toda etapa tiene sus conflictos, y por ello también se la llama adolescencia, tendrán que aceptar situaciones dolorosas relacionadas a pérdidas inevitables de seres queridos coetáneos, y enfrentar la cercanía de la propia finitud, junto con las dificultades que los cambios físicos pudieran traer, así como también el paso mismo de la vida y su límite inevitable. Pero lo importante de esta nueva etapa es la posibilidad de tener una mirada totalmente distinta sobre la vejez que es tan menospreciada en nuestra cultura. Son un ejemplo positivo que nos enseña a mirar la vida desde otro ángulo y nos permite valorar cada etapa tengamos la edad que tengamos. Ellos son activos y están llenos de proyectos. Podríamos cambiar el término sexagenario por sexalescente. Lo característico de este período es que en lugar de quedarse a un costado del camino, ellos continúan siendo protagonistas, construyendo nuevos proyectos de vida que los mantienen en actividad. Mantienen el deseo encendido, son plenos, autónomos, están motivados, con buena salud psíquica y física. Están amigados con la vejez y en lugar de vivirla contemplando lo que ya no se puede hacer, aprovechan todo lo que ahora sí se puede hacer, por contar con más tiempo libre, ganas, energía, por conocerse mejor a sí mismos y sobretodo por mantener el deseo de vivir y disfrutar. Cada vez es más frecuente ver personas mayores sanas y activas. Podríamos preguntarnos si será la actividad la que los mantiene saludables, o si es la buena salud la que les permite estar más activos. Sin duda ambos factores se nutren entre sí.
Por Lic. en Psicología Constanza Bonelli
*Candidata de la Asociación Psicoanalítica Argentina