La calidad de los solistas y el repertorio hizo de este concierto una gala donde todos gozamos de la buena música, de la calidísima respuesta del público que participaba con el corazón, del lugar y su acústica.
La fiesta no se cortó, siguió en el festejo (no era un agape) era parte de la fiesta, y así se vivió mientras afuera el viento, que toda la tarde trató de llevarse la carpa, ponía su propia sinfonía para participar también de la fiesta.
Entrar al SUM a través de la carpa incluía un paseo a través de una doble fila de nuestros jóvenes «camareros» que nos recibían con una sonrisa y pronto nos acercaron una colmada bandeja.
¿Habrá sido también por ello que nadie se iba?
Al final no quedaba ninguna empanada ni boio. También terminamos el vino y debimos recurrir a la cerveza, pero esto no fue obstáculo para que muchos permanecieran aún para poder brindar una calurosa felicitación a músicos, organizadores y al dueño de casa. El silencio volvió al lugar, pero cada uno volvió a su casa con el corazón lleno de música «festejada» como un encuentro que partió con el primer compás del «Va pensiero» y terminó con un vibrante y cantado «O sole mio» por 360 voces, sin inhibiciones y con mucha alegría.
Por Carlos Ricur