Nota Publicada originalmente en Junio de 2013
Ingresar al mundo de Carlos Páez Vilaró en su casa en Tigre, es un regalo al alma. Un portón alto de hierro se abre para dar paso a la imagen del artista, parado en el patio, modelando una escultura que será parte de su próxima muestra, en Junio, en el Museo de Arte de Tigre.
Al fondo, la imagen de una gran puerta tallada y una escultura, que conducen al mundo mágico de colores que es el atelier del pintor, escultor, compositor, cuentista y como él se define: “Un intento de muchas cosas a lo largo de su vida, alfarero, pintor, arquitecto, soy un hacedor”.
El Atelier es un sin fin de pinceles, pinturas y esculturas. La guardilla llena de cuadros, de toda su obra realizada en el Tigre, es un tesoro escondido. Lo que sigue es una amena escena familiar, casi como si uno estuviera visitando a un pariente muy cercano. Una oferta de café, una lucha conjunta con la máquina moderna para lograr hacerlo y un living íntimo donde comenzó la charla.
Qué preguntarle que sea nuevo a un hombre que tanto ha compartido su vida, era la duda recurrente antes de la entrevista. Sin embargo, brotó una charla única, un viaje en el tiempo, una lección de vida, y casi no fue necesario la pregunta ni repregunta.
Su mirada amable, su gratitud hacia la vida y su espíritu alegre destacan y hacen de él lo que es, más allá del artista, un ser único con la capacidad de trasmitir sus historias y anécdotas como un auténtico cuentista que narra y mientras uno lo escucha, puede oler los aromas del lugar, sentir los ruidos y sonidos que sonorizan la historia, y ver cada una de las imágenes que él va contando.
Sin duda afirma –y enseña- que “es la pasión el motor que conduce mi vida, y eso lo que hace que uno siempre siga buscando”. A meses de cumplir 90 años Carlos Páez Vilaró pasó su último verano pintando más de 66 obras nuevas para la muestra que se llevará a cabo en junio en Tigre.
“Esta muestra para mi fue el rescate de los recuerdos. Estoy en una edad justa para cerrar un capítulo. Me propuse como un libro diario, rescatar pensamientos y torcerlos como pude, si pensaba en un viaje a África surgía una figura de cocodrilo o un bicho, que luego saltaba entrelazada a algún recuerdo de una mujer, o de una reunión con algún personaje que conocí. Son un montón de recuerdos entrelazados”, contaba Páez Vilaró. “La pintura es como un confesionario, siempre estas rescatando cosas, como cuando timoneas un barco, y los pensamientos van surgiendo. Así los recuerdos están pintados como un engarce”, destaca.
Resalta como novedoso, que la obra posee mucho blanco: “Fue una forma de reivindicar el color blanco, que siempre muere en manos de todos los otros colores que lo van tapando para dar paso a la obra que uno va desarrollando. En esta etapa de mi vida, quise darle lugar y protagonismo entonces a ese color”, nos explicó el artista.
Un impasse en la charla y luego retoma: “En esta vida Dios fue mi copiloto, mi vida fue una búsqueda permanente”, reza Carlos cuando parece reflexivo y pensativo como perdido en algún recuerdo. Ahí surge su familia, sus amores y el recuerdo de su hijo Carlos devuelto de la montaña: “el cuarto triste del hotel, cada noche: Negativo. Siempre que busqué nada encontré. Pero nunca estuve solo, sentí la cantidad de gente anónima y solidaria que me acompañó en mi búsqueda, siendo que tenía grandes dificultades económicas en esa época, muchos me ayudaron”, cuenta sus sentimientos de padre.
Gran parte de su éxito se lo debe a su experiencia de vida, cuando de joven decidió partir a recorrer el mundo y se dio cuenta que el arte era su moneda de cambio para lograr pagar un cuarto de hotel, una comida y más. Decidió salir a la vida y valerse por sí mismo, por elección, no por necesidad, puesto su origen era de una familia acomodada, pero al enfermarse su padre decidió partir y quitar el peso de su persona sobre la economía familiar. “La generosidad argentina para con los uruguayos es extraordinaria, así conseguí enseguida trabajo en una fábrica de fósforos”, recuerda con un nivel de detalle extraordinario.
Como parte de sus recuerdos, agrega que “luego de la fábrica, trabajé en una imprenta, que fue el lugar que marcó mi historia, donde conocí a muchos dibujantes. Luego, partí para Córdoba vendiendo velas Ranchera. ‘En el campo, en el camino en el rancho en la tapera todo buen gaucho argentino consume velas Ranchera’, así recitaba cuando entraba en los almacenes de ramos generales”. “Enfermé de aftosa, y me rescató un amigo de la guardilla y me devolvieron a Uruguay donde armé un proyecto, una compañía de publicidad, en el momento que hundían el Graff pee, pero no resultó. Extrañaba la vida de Buenos Aires, el folclore de calle, los cabaret: “Moulin Rouge”, ”El avión”, “El cometa”, me llamaban el oriental y las chicas me dejaban trabajar como Toulose Lautrec. Ahí fue cuando caminando en el puerto de Montevideo una comparsa se cruzó conmigo”, Y surge toda la historia que ya contó tantas veces, los negros, el modelo de Figari, el conventillo del Medio Mundo, los candombes, la exposición en Buenos Aires luego, los viajes por el mundo, conocer a Dalí, a Picasso, Casapueblo y más hasta el día de hoy. “En Uruguay se dice, Agarré viento en la camiseta”, aclará el pintor.
Un precursor del reciclado y reutilización artística, Páez Vilaró se valió muchas veces de rescatar objetos descartados para transformarlos en arte. “Si yo no podía hacer algo con las manos me valía de la naturaleza para lograrlo. Por ejemplo una rama de un árbol me sugería un monstruo y ahí me ponía a trabajar y salía el mounstro. La serie de esculturas: La rebelión del bosque, fueron todas maderas rescatadas de una carpintería, y ahora una serie totémica está hecha rescatando todas zinguerías de Tigre”.
Lo que siguió fue un recorrido por su nueva Casapueblo, la casa en donde vive, en donde sigue disfrutando de sus recuerdos. Más pequeña, más vivida, más íntima, llena de puntos focales únicos. Y al salir al jardín, una especie de selva con una vegetación única, va develando la unión con “La Bengala” la casa típica de Tigre, de madera con techos de chapa, que 30 años atrás lo enamoró y lo hizo decir: “Es una casa digna de Hemingway” y con su mujer decidieron luchar para comprarla, restaurarla y hacer de ella su nuevo lugar en el mundo. Hoy alberga una exposición y muestra de parte de su arte. Y al fondo, un sector, es el atelier de su hijo Sebastián que trabaja el bronce.
“Te encontraste con un tipo que hace cosas, que está feliz de la vida de vivir en Tigre, que está encantado de esta charla”, así terminaba la entrevista. En realidad los encantados éramos nosotros de haber podido escuchar y sentir un siglo de historia en vivo y directo contado por uno de sus protagonistas.
Un artista, un hombre que sin duda a vivido, un apasionado de la mujer y del sol como él se define. Un hacedor…
Por Mercedes Cordeyro
La próxima muestra de Páez Vilaró será en el MAT, el Museo de Arte de Tigre. Se inaugura el 1 de junio, a las 20 horas. Permanecerá abierta durante junio y julio. MAT: Paseo Victorica 972 – Tigre