Bullying es la denominación de una problemática que dada la gravedad de sus características merece que la sociedad se preocupe y ocupe de ella. Porque estamos hablando de una violencia que tiene múltiples manifestaciones y que se da en el ámbito escolar teniendo por víctimas y victimarios a niños y jóvenes, principalmente púberes y adolescentes. Se trata de un verdadero acoso donde un estudiante es asediado de un modo continúo por un grupo de sus compañeros que a través de una serie de conductas agresivas, humillantes y manipuladoras lo atormenta y muchas veces lo lleva a respuestas desesperadas y autodestructivas.
La autoestima del joven es uno de los blancos principales sobre los que recae el ataque porque de eso se trata. No olvidemos lo fundamental que es para el desarrollo de un sujeto el cuidado de la imagen de sí mismo en este momento de su itinerario madurativo. Son los años en que se va reafirmando la propia identidad explorando nuevas formas de relaciones sociales y sentimentales y animándose a través de nuevas preguntas de indagar acerca de sus apetencias y su vocación. La amistad con sus pares es una de las redes principales que lo sostienen en este viaje y el diálogo y la confianza son elementos privilegiados en la búsqueda de una pertenencia y un respaldo. La valoración de sí mismo es lo que permite dar los pasos necesarios para desarrollarse e ir adquiriendo autonomía y capacidad de decisión.
Los espacios educativos son clave en esta etapa porque si bien la preocupación acerca de sí mismos tiene un lugar acentuado no es menos importante el reconocimiento del semejante como otro con sus derechos y obligaciones para construir e insertarse en una estructura comunitaria. Es allí donde se comparten las normas suprapersonales, se tejen proyectos y se entrena sanamente la competitividad, la que es bien distinta a la hostilidad.
La violencia a la que se ven sometidos es tanto psíquica como física y los niveles de maltrato cobran muchas veces intensidades imprevisibles. Dentro del primer rubro vemos con frecuencia la marginación y la exclusión que dejan a la víctima en un lugar postergado para continuar con la burla, la ridiculización y la humillación. El sufrimiento que se padece es profundo y lo hace sentir al joven abandonado y desprotegido llevándolo a pensar y sobre todo a sentir que soportar es el único recurso que le queda.
Su autoestima sigue un curso decreciente llegando la representación de sí mismo a lo que llamamos en psicopatología el negativo del ideal. Su yo aparece entonces como algo vergonzante que junto con aquel soportar del que hablábamos no le queda sino ocultarse, esconderse o disculparse. ¡Nada menos que ante sus propios detractores que sádicamente ejercen su hostigamiento! Efectivamente lo coaccionan llevándolo a protagonizar escenas y situaciones que desde él mismo rechaza. Pero el miedo aparece como un factor central y el joven amenaza mediante obedece. Esto exhibe al otro actor de esta despareja pulseada que es la sumisión o el sometimiento. En un círculo vicioso su autoestima sigue quebrándose, el temor llega a convertirse en un pánico crónico y capturado en esta versión alienante empieza a fantasear en algunas ocasiones con el suicidio como forma de escapar al caos que siente.
La pregunta que nos surge enseguida es: ¿qué hacen los establecimientos donde tienen lugar estos acontecimientos para neutralizar estas conductas enfermas y enfermantes? ¿Qué lectura autocrítica se formulan para poder esclarecer las vicisitudes que derivan en semejantes patologías? Porque naturalmente más allá de los relativos silencios con que pueden cursar ciertos procesos aparecen indicios y signos que debieran ser registrados. Me refiero al comportamiento individual tanto del agredido como de los agresores como al clima anímico del conjunto.
Lo que ocurre debe ser detectado, pero ¿cómo? A través de las herramientas que han demostrado a lo largo del tiempo su utilidad: presencia, diálogo, ejercicio de la autoridad, asesoramiento con los especialistas pertinentes. Porque a partir de esto se pueden hacer las indicaciones correspondientes para neutralizar y reparar el daño. Por otro lado, en la medida en que se tenga noción de esta realidad la tarea preventiva fundamental para una sana formación y socialización va a formar parte de las tareas institucionales de un modo permanente y eficaz.
Si bien partimos de terrenos facilitados predisponentes, en la psicología de la víctima las consecuencias más frecuentes son la retracción, inhibiciones de distinta profundidad y la depresión que en casos extremos que, como hemos dicho antes, puede llevar al suicidio.
El agresor pone en juego por su lado impulsos sádicos, eventuales trastornos de violencia en su propio hogar, contagio grupal y tendencias psicopáticas.
Dejo para el último párrafo un aspecto que no quisiera omitir: la necesidad que la familia del joven no sea ajena a lo que a éste le sucede en su vida escolar. Que observe, pregunte, participe y que ante la mínima duda concurra al colegio a plantear firmemente su preocupación con el fin de compartir, si es necesario, lo que hay que implementar frente a la dimensión del problema.
Dr. José Eduardo Abadi
Medico-Psiquiatra-Psicoanalista
jeabadi@gmail.com