Estar en crisis es sentirse desbordado por algo que nos afecta de manera profunda y que no sabemos cómo resolver. Cuando no podemos responder con los recursos adecuados, se puede generar un estado temporal de trastorno y desorganización en el cual es necesario encontrar otros mecanismos más eficaces para resolver los problemas que nos aquejan. De esta experiencia, dolorosa, podemos obtener un resultado positivo o negativo. Es por esto mismo que una crisis es a la vez peligro y oportunidad.
Transitamos a lo largo de nuestras vidas distintos tipos de crisis. Si bien son parte de nuestro proceso evolutivo no dejan de exigirnos un cambio, un pasaje de una etapa a la otra, una transición que supone un reacomodamiento de nuestros recursos a la nueva situación. Entendemos que existen crisis desde el nacimiento mismo ya que nacer implica un cambio total de estado que es vivido como algo traumático y trascendente, que dejará huellas para el resto de nuestras vidas. La crisis que marca el pasaje de la pubertad a la adolescencia, con el despertar de la sexualidad, nos impulsa a encontrar recursos adecuados para afrontar este cambio tan profundo para el ser humano. Unos años más tarde, puede surgir una crisis frente a la necesidad de elegir un camino profesional/laboral, es decir, nos enfrentamos a encarar la vida adulta. Más adelante puede surgir una crisis vinculada con cuestiones sobre la constitución de la familia, maternidad/paternidad, situación laboral/profesional. Dentro de este proceso evolutivo cabe mencionar la crisis de la mitad de la vida donde nos preguntamos por los proyectos logrados. Continuando con una serie de etapas que pueden despertar crisis asociadas a sentimientos que tienen que ver con el tránsito hacia la vejez. Con el paso del tiempo, la mejor calidad de vida nos permite vivir una vida más larga y es por ello que las etapas se van corriendo y hoy las expectativas de una vida sana, productiva y llena de proyectos se ha prolongado considerablemente. Por lo cual varían los motivos y las edades en las que ciertas cuestiones plantean crisis, sin olvidar que las características de esta secuencia que recién detallamos, si bien podría representar rasgos universales, está asociada a las costumbres culturales de nuestra sociedad occidental.
Existen también las crisis asociadas a situaciones inesperadas, es decir, a factores accidentales que pueden estar relacionados con enfermedades, accidentes, cambios inesperados de la vida en general que son vivenciados como amenaza o pérdida. Otros motivos que pueden llevar a una crisis son aquellos que tienen que ver con sucesos esperables, en otras palabras, hechos frente a los cuales sabemos que si efectivamente suceden podemos prever que se entrará en una crisis. Por ejemplo, una separación o divorcio, mudanza, duelo, desempleo, fracaso de algún proyecto, síndrome del nido vacío (cuando los hijos se van de casa), entre otros.
Algunos síntomas que podemos encontrar en quienes sufren una crisis son: cansancio, confusión, tristeza, ira, estrés, ansiedad y una desorganización generalizada. Es difícil que una persona en crisis pueda llevar a cabo las actividades cotidianas de su vida con normalidad. La duración de una crisis es muy variable, puede tratarse de un corto tiempo, unos meses, hasta algunos años. Varía de un modo considerable también la intensidad de cada crisis. Hay más simples y pasajeras, y otras complejas y profundas. Lo común a todas las crisis es la imposibilidad de resolver la situación actual con los recursos anteriores. Es por ello que es necesario encontrar respuestas más eficaces que lleven a la resolución de los problemas que se plantean.
Más allá de las crisis mencionadas existe otro tipo de crisis que no siempre sucede y que compromete por completo la vida de quien la padece. Es la llamada crisis existencial. Es aquella a la cual se puede llegar a través de preguntas sobre el sentido de la vida. Cuestionamiento que parte de un sentimiento de frustración que se experimenta y que pone al descubierto una sensación de vacío que no puede ser llenado con ninguna de las cosas que forman parte de nuestra vida. Una crisis existencial puede ser el momento más significativo que podamos vivir. Aparece tras la pregunta sobre el sentido mismo de la vida y genera un desequilibrio total en nuestra estabilidad emocional. Tiene como posibilidad el crecimiento y la creación de un nuevo sentimiento de uno mismo (“me siento otro”) o puede tener un resultado negativo deteniendo el desarrollo en esa etapa. Las preguntas desencadenantes pueden formularse de distinta manera, aunque todas ellas son similares. ¿Cuál es el sentido de mi vida? ¿Para qué vivo si voy a morir? ¿Qué haré de mi vida el resto de ella? ¿Qué sentido tiene vivir si todos vamos a morir? Todas tienen en común la conciencia de muerte, la finitud que forma parte y pone un límite a nuestras vidas. La particularidad de estas preguntas es que se dan de un modo insistente una vez que aparecen y no se conforman sin una respuesta, que no es otra que el descubrimiento de un propósito vital. Es encontrar para qué uno quiere o siente que está en esta vida y encarar de ahí en más el proyecto de vida acorde al propósito descubierto, asumiendo la responsabilidad de lo elegido.
Atravesar esta crisis no es nada fácil. Requiere de mucho esfuerzo psíquico y no siempre se llega a un buen resultado. Cuando no se logra la persona puede deprimirse y persistir en el sentimiento de “sinsentido” de la vida. Pero cuando sí se logra, se encuentra un propósito de vida que enriquece y que pone en marcha la creación de un proyecto nuevo y transformador.
Todas las crisis son a su vez una posibilidad de crecimiento y un peligro de estancamiento. Es decir, peligro y oportunidad. La salida de la crisis dependerá de la capacidad creativa y transformadora con la que contemos para generar el aprendizaje y crecimiento necesarios para producir el pasaje a una nueva etapa.
Por Lic. Constanza Bonelli (UBA)
*Candidata de la Asociación Psicoanalítica Argentina
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