Era un día de trabajo cualquiera, sin muchas preocupaciones y con la música de fondo a cargo de mi compañera de escritorio (no saben lo bien que musicaliza los momentos esta mujer). Estaba tipeando sin parar cuando, de repente, la pantalla de mi celular se encendió. ¡Un nuevo match ha llegado! Automáticamente la miré a ella, mi dj favorita, y le dije: “¡Nuevo match!” Y nos entramos a reír fuerte. Sí, porque ella sabe lo que me divierten las nuevas conquistas y lo mucho que nos divertimos leyendo los chats juntas.
Así que, comenzó la charla nomás. Se los presento, él es Facundo. Tiene 35 años, vive por mi zona y labura como programador web. Un mundo que me copa, pero que no logro entender demasiado. Hasta ahora un candidatazo, ¿no? Bueno, genial, arrancamos con las preguntas típicas y seguimos con el clásico chamuyo. Todo muy sutil sin los patéticos y trillados “sos hermosa, nunca antes había usado esta app” y varias boludeces más que solemos escuchar al principio de cualquier conversación que mantengamos en estas nuevas redes sociales.
Todo marchaba genial. Sus fotos eran lindas y discretas, sin ostentar casa, auto y por suerte sin la famosa selfie frente al espejo del baño. ¿Qué más podía pedir? La normalidad en el mundo 2.0 no es algo tan frecuente de encontrar, así que seguí para adelante. Fueron pasando los días y nuestras charlas eran cada vez más profundas, como si nos conociéramos de antes y con confianza para decir cualquier cosa que se me viniera a la cabeza sin ser juzgada.
Al cabo de un mes de charla intensa, fuertes stalkeos por Facebook, Instagram y hasta LinkedIn, donde todo me indicaba que era un PIBE NORMAL, accedí a salir. Quedamos en que me pasaba a buscar después del trabajo e íbamos a tomar un café. ¿Un café a las seis de la tarde, una cita diurna? Este pibe tiene que ser serio pensé. Listo, quedamos en que el viernes pasaba a buscarme.
Llegó el día y yo llegué al trabajo con un bolso enooorme, como si me estuviera mudando. Es que no sabía qué ponerme y decidí llevar opciones para debatirlo con el equipo. Sí, típico de minita, ¿no? Y bueno, gajes del oficio femenino señores. Después de un desfile entre escritorios y computadoras, elegimos la opción con la que llegué ese día. Todo muy natural con un look muy relajado que, a mi criterio, no demostraba estar esperando que el beso lo transformara en príncipe.
Llegaron las 6 de la tarde y una bocina silenció por completo la oficina. Las chicas ubicadas tras las cortinas de la ventana con papel y lápiz en mano. Ah, ¡sí! Por si no les había contado me dan miedo las citas a ciegas así que en este caso, les pedí que anotaran la patente del auto y les pasé el contacto por si esto terminaba en un secuestro y tenían que salir a socorrerme. Sí, soy un poco extremista y lo peor, es que me divierte serlo. Salí con mucha confianza, segura de que la iba a pasar diez puntos. Me subí al auto, me senté y le dije “hola” con una sonrisa cómplice. En seguida me devolvió el saludo con un “al fin nos vemos” que no tardó en bajarme la sonrisa. Su voz era la de un niño, finiiiita y con poca hombría. Nada que me tire más abajo un hombre que eso. Parece que no pude disimularlo muy bien porque enseguida me preguntó si todo estaba bien. “Sí, obvio” (dale una chance, no seas naba, el pibe por chat es re copado, me decía a mi misma), “¿vamos a Starbucks?” le dije sonriendo nuevamente con toda la onda del mundo. “Uhh, me matas yendo ahí. Me gasté toda la guita en el almuerzo hoy”. ¿Realmente esto me está pasando a mí? ¿Yo que intento ponerle onda después de tremenda voz de pito me vas a saltar con esa ratoneada? Tranquilas, sólo lo pensé, no lo dije. “Ah, ok, no hay drama. ¿Qué queres hacer?”. “Nada, charlemos acá en el auto, ¿te parece? Estaciono en algún lugar tranqui” (¿En serio? ¿En el auto? Tu voz coincide cada vez más con la edad que pareces tener y no con la verdadera). No tuve respuesta para eso, sólo una sonrisa forzada.
Seguimos avanzando y cada cuadra fue una eternidad. Sus frases cada vez eran más polémicas y yo no sabía qué contestarle. Algunas fueron: “El fin de semana salí a un bar re copado, no sabes, los tragos eran re baratos y además se podía pagar con tarjeta”; “Para llevarte a tu casa, ¿tengo que agarrar Panamericana? Porque no tengo pase y no tengo un mango para el peaje”; “¿Te jode si vamos por el alto?”; “Espero que no llueva porque si no tengo que mandar a lavar el auto que es de mi hermano y sale un huevo” y variaaas más que estoy casi segura les deprimirían tanto o más que a mí. No tengo problema en pagar mi propio café y hasta el peaje si hace falta, ¡pero les juro que todo el trayecto se resumió en eso, la plata, lo caro de las cosas y demás!
A la cuarta cuadra empecé a mensajear a Maca, mi dj favorita, para que venga a mi rescate. Ya para la quinta cuadra tiré por la ventana toda mi buena onda y la garra que le estaba metiendo para decirle cortito y al pie: “Dejame acá, que justo hay una amiga cerca que me puede llevar a casa y así no te hago gastar para llevarme”. Su cara fue de sorpresa total, aunque todavía no entiendo por qué. O sea, ¿le sorprendió que no me pusiera contenta quedarme charlando en el auto con 40° de calor a la sombra sin siquiera poder tomar una coca por su costo?
Frenó, me miró e intentó decirme con todas sus fuerzas y ganas que podíamos hacer otra cosa. No le di lugar al cambio de planes, me bajé del auto, le dije que había sido un gusto viajar 5 cuadras con él, cerré la puerta, agarré el celular y ¡lo bloqueé! Caminé las 5 cuadras de regreso a la oficina. Las primeras 3 las caminé indignada y con bronca. En cambio las últimas dos las caminé riéndome fuerte y cada vez más rápido para llegar y contarle a Maca mi nueva historia de AMOR 2.0 que, una vez más, no sólo no llegó al altar, sino que no llegó al café de la esquina.
¡Hasta nuestro próximo match!
Pili._
A vos, ¿alguna vez te pasó algo así?
Animate a contarnos tu historia, la de tu amiga o la de tu vecina para que podamos sumarla a “AMOR 2.0”. Sí, claro que tu nombre no va a figurar. ¿Acaso creías que te iba a escrachar así? 😉
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