Berlín tal vez sea una de las ciudades más hermosas de Europa, por su variedad arquitectónica, por su mente abierta, su multiplicidad de culturas, por cómo supo reconstruirse desde las cenizas del horror y la destrucción más terrible, física y emocionalmente, de una de las matanzas más siniestras del siglo pasado. Si bien el tema del nazismo está presente en Berlín, un tópico al que no se lo esquiva sino del que tratan de redimirse, si no es su primera vez en la capital germánica la mejor manera de descubrir cabalmente las huellas del horror es conociendo en persona un campo de concentración. Experiencia atípica, movilizadora y que genera tristeza, impotencia y escalofríos por igual, salir de Sachsenhausen lo convierte a uno en otra persona a la hora de hablar y opinar sobre la matanza perpetrada por los nazis.
Pero para saber de lo que estamos hablando, hay que arrancar la historia algunos años atrás, en marzo de 1933 cuando la brigada local de miembros de las tropas de asalto erigieron en una fábrica vacía lo que luego sería el primer campo de concentración de Prusia. En esa primera etapa, que duró poco más de un año, más de 3.000 personas fueron apresadas allí, 16 de las cuales fueron asesinadas. En 1936, mudándose del centro de Oranienburg, el nuevo campo de concentración se construyó en su emplazamiento actual, con un diseño que lo hacía imposible de escapar. Era definido por los expertos como el diseño del terror y la matanza por excelencia.
En menos de una década, más de 200.000 personas fueron recluidas en este campo de concentración, de los cuales muchos murieron por enfermedades, malos tratos, hambre y suicidio. Esto, por supuesto, no cuenta el asesinato sistemático del que iban siendo víctimas a medida que el campo crecía en residentes y que el lugar para alojarlos se iba haciendo cada vez más limitado. Tan importante llegó a ser Sachsenhausen que para el año 1938 la Inspección de Campos de Concentración del Tercer Reich, ente que servía para administrar todos los campos de exterminio diseminados por el territorio alemán, se manejaba desde allí.
Tras el final de la guerra en el año 1945, Sachsenhausen se reconvirtió en un campo especial soviético donde se mantenían presos a funcionarios de bajo rango del régimen nacionalsocialista, perseguidos políticos y personas condenadas por tribunales militares soviéticos. 60.000 fue el número final de prisioneros que pasaron por allí y 12.000 de ellos murieron de enfermedades y desnutrición. Salvo el crematorio y las salas de exterminio, en esta nueva etapa se utilizaron todas las instalaciones que seguían en pie. Recién fue desmantelado en 1950.
Once años después se inauguró el Monumento Nacional de Recuerdo y Conmemoración de Sachsenhausen y desde 1993 funciona como Sitio Conmemorativo bajo el concepto de museo descentralizado: uno como visitante vive la historia que le van contando desde el lugar mismo de los hechos, los sitios auténticos que hielan la sangre. Entrar a la sala de autopsias, ver las camillas de material y loza, y bajar por la rampa al depósito de cadáveres desde el cual los cuerpos eran sacados en camillas es una experiencia, por lo menos, inquietante.
Arbeit macht frei
La Fundación de Memoriales de Brandenburgo es la administradora del memorial, un lugar paradigmático y escalofriante para analizar el terror político y racista que vivió Europa el siglo pasado. Desde el centro de información al visitante parten los recorridos guiados (desde los 15 euros) y en su biblioteca pueden adquirirse las audioguías (3 euros).
Caminando por la Lagerstrasse (calle principal) se arriba al campo de las tropas de la SS y a la entrada de la comandancia. En ese patio central, donde ahora se emplaza el nuevo museo con bar incluido, se ingresa al campo de concentración a través de la Torre A. Si el peso de la historia, más todo lo relatado hasta el momento, no causan impacto, descubrir que la reja/portón de acceso sigue intacta con la frase “Arbeit macht frei” (su traducción podría ser ‘el trabajo libera’) pone de manifiesto más descarnadamente la perversión y sadismo de los actos que allí dentro se cometieron en nombre de crear “una raza superior”.
Casi sin vegetación, con un terreno ralo, polvoriento y con las estructuras que sobrevivieron al paso del tiempo, ingresar a Sachsenhausen es viajar al pasado en cuestión de minutos. Aún se observa la pista para testeo de botas, con diferentes tipos de terrenos para demostrar la dureza del material, en donde los prisioneros podían estar caminando y corriendo en círculos durante horas, al sol, y sin ser alimentados. Muchas de las instalaciones de seguridad se conservan, como así también las cercas eléctricas y la zona demarcada en la cual serían fusilados desde las torres vigías si se acercaban algunos centímetros de más al muro perimetral (muchos prisioneros, agobiados por los abusos, corrían hacia la zona prohibida sabiendo que encontrarían la muerte segura de uno u otro modo).
Los barracones que aún se mantienen en pie son los números 38 (refaccionado y con museo en el subsuelo) y 39 (casi intacto, sin mobiliario y con el sector de letrinas como en aquella época). A metros, queda parte del edificio de celdas de castigo construído en 1936 para hacer las veces de cárcel de campo y de la Gestapo, donde se torturaba y asesinaba a prisioneros especialmente importantes como escritores, políticos, referentes religiosos.
En el centro de este triángulo (la forma no es antojadiza ya que, antes de empezar a ser un campo desbordado, nadie quedaba fuera de la vista de los guardias) se encuentran el patíbulo, el salón de actos, la lavandería, la cocina y, ya casi sobre el vértice septentrional, el primer monumento de homenaje a la víctimas y la Torre E, que daba acceso a las barracas de piedra y a un pequeño sector de fosas comunes. Con los años, los historiadores e investigadores descubrirían que la primera parte conocida de Sachsenhausen era solamente la punta del iceberg de lo que este santuario de la muerte realmente significó para el nazismo.
Con posibilidad de visitarse, todavía hay restos de la fosa de fusilamiento, del primer crematorio, las fosas comunes y las cámaras de gas de la Estación Z. ¿El porqué del nombre? Como los presos ingresaban al campo por la puerta de la Torre A, cuando “abandonaban” Sachsenhausen debían hacerlo por la de la Z. Sin palabras.
Texto: Damián Serviddio
Fotos: Marcos Mutuverría
Datos útiles:
El Lugar Conmemorativo y Museo de Sachsenhausen se encuentra en Strasse der Nationen 22 (Oranienburg). Del 15 de marzo al 14 de octubre abre todos los días de 8.30 a 18 horas y del 15 de octubre al 14 de marzo de 8.30 a las 16.30 horas.
Para llegar, hay que comprar un ticket diario para las zonas ABC. Desde Potsdamer Platz en el centro de Berlín tomar la línea de metro S1 (recorrido graficado en rosa en los mapas) en dirección a Oranienburg. Desde allí, la línea de bus 804 en dirección Malz o caminar unos 20 minutos.
Toda la experiencia dura aproximadamente unas 6 horas incluyendo ida, visita y regreso a Berlín.
Berlin Welcome Card es una buena alternativa si va a viajar mucho en transporte público o si no es fanático de recorrer las ciudades a pie.