En las parejas simbióticas la posibilidad de búsqueda y exploración, de crecimiento en el mundo, aparece fuertemente limitada. Ese aparente pacto de lealtad, de fidelidad y exclusividad, a menudo acompañado de una sexualidad muy frecuente, que hace parecer que el deseo no decae nunca, esconde una falacia: la construcción de la pareja como un ser que no permite reconocer a sus dos participantes con sus propios mundos individuales, sino que condensa en una fórmula común, de la que los dos eligen ser parte. Eso implica una cuota de renuncia, de inhibición, una amputación a la independencia de cada uno, de la que muchas veces no hay registro consciente.
¿Cuál es el costo individual que sufren los integrantes de una pareja de este tipo? La respuesta es evidente: el vacío, la ausencia de un verdadero yo, la inhibición de las verdaderas potencialidades. Se evidencia una pobreza importante en la evolución de cada uno, que tiene que ver con las posibilidades de bucear, de descubrir, de atreverse a la experiencia de lo nuevo. Esta renuncia convoca la sombra de la depresión. Claro que ese empobrecimiento se ve de algún modo compensado, por lo que ambas partes acceden a ese pacto.
¿Qué es lo que esa pareja simbiótica busca a través de esa unidad que desconoce la posibilidad de desarrollo individual? La respuesta es sencilla: la garantía de una imaginaria seguridad. Se evita la emergencia de la angustia que, a través del pacto, aparece permanentemente controlada. Si algo atenta contra esa seguridad, la ansiedad entra en escena, y lo que se vive es la amenaza de una catástrofe.
La ilusión falsa de completud en el interior de la pareja convierte a la relación en una capsula cerrada, que simula protegerlos del vacío y de un supuesto peligro del mundo externo. La experiencia subjetiva queda anulada, impidiendo la pregunta como instancia inquietante y cuestionadora, aquella que atenta contra lo congelado y augura lo inédito.
El dominante y el dominado son sólo aparentes. Lo importante es destacar que son dos los que construyen esa célula superpoderosa, que imaginariamente los protege.
Puede decirse que están (aunque no lo sepan) renunciando a la sabiduría de la inseguridad, privándose de lo lúdico en función de lo supuestamente preestablecido. El itinerario de la creatividad personal, esa gran maravilla que nos ofrece la vida, queda apresado, reducido o anulado.
A ojos de terceros, el amor simbiótico aparece como invulnerable, cuando es justamente lo contrario: lo que nos legitima como personas y hace interesantes las experiencias, es la vulnerabilidad de quien las transita. Es la que nos permite ser esencialmente sensibles a lo que nos ocurre.
Dr. José Eduardo Abadi
Médico-psiquiatra-psicoanalista