Por los jardines de la Emperatriz Sissi

TURISMO-1Isabel de Baviera está presente en cada uno de los rincones de Viena, una figura emblemática de lo que la monarquía amable representa. A pesar de los años que pasaron sigue siendo llamada cariñosamente Sissi, y así se conoce incluso al museo que lleva su nombre en Michaelerplatz (a pasos de la biblioteca nacional y del Volksgarten), centro neurálgico de la ciudad para los amantes de pasear en carruaje por sus callecitas adoquinadas y atracción que por unos 15 euros mantiene la tradición viva del cochero que hace las veces de guía turístico.

Conocer la capital de Austria, con el Danubio omnipresente tanto en los canales que corren por la ciudad como en su cauce principal sólo a unas cuadras del centro, es una experiencia sencilla gracias al trazado de diversas avenidas que forman una especie de anillo alrededor de los atractivos más destacados del casco histórico. Tanto es así que, si dispone de buen calzado y ganas de caminar, no necesita más que buena hidratación y tiempo para descubrirla a pie. Incluso en pleno verano, donde la temperatura puede llegar a unos agobiantes 35 grados, hay puestos de agua potable gratuitos para que reponga su botellita plástica o cantimplora.

La manzana de los museos permite tener un abanico amplio de alternativas, desde el Museo de Historia del Arte, el Mumok (Museo Moderno Kunst), el Zoom Kindermuseum dedicado a los más chicos, y el Leopold Museum. Si el arte está dentro de sus deseos obligados durante las vacaciones, téngalos en cuenta. El Albertina y Haus der Musik también son altamente recomendables. La casa museo de Freud es muy pequeña y abre pocos días a la semana, no le extrañe que encuentre largas filas para poder ingresar. Otro imperdible es la casa de Mozart, en la cual –al igual que en la mayoría de los museos- no pueden tomarse fotografías, y describe con lujo de detalles los que fueron los últimos del magistral compositor. Si creía que el lujo en el que vivía era como lo planteaba Milos Forman en su película, mejor compruebe la realidad con una visita a este escondido rincón, muy cerca de la catedral St. Stephan.

Si decide hacer los recorridos propuestos a pie, descubrirá un detalle en los semáforos peatonales de Viena. Los “hombrecitos” verdes y rojos ya no están solos: en la mayoría de los cruces se pueden ver diferentes tipos de parejas, lo que surgió de una propuesta de hacer más inclusiva e igualitaria la ciudad. El cambio iba a ser provisorio y por sólo unos meses, pero la propuesta gustó y quedaron de modo permanente.

Capítulo aparte merece la galería Belvedere, de los clásicos vieneses el que se encuentra un poco más alejado, pero de fácil acceso con transporte público si se cansó de caminar la ciudad. Dividido en dos sectores (arriba y abajo, upper or lower) cada uno cuenta con una tarifa diferenciada, más la posibilidad de combinar un ticket un poco más barato si decide hacer ambas visitas. Si el tiempo o el dinero escasean, decídase sólo por el palacio superior. Su construcción demandó 9 años, fue diseñado por Johann Lukas von Hildebrandt y tenía como objetivo la realización de diversos eventos –el salón de baile deja a todos los visitantes con la boca abierta y el cuello torcido de tanto querer mirar hacia arriba- del príncipe Eugenio de Saboya. En la actualidad, entre ambas construcciones y con su magnífico jardín de por medio, se da cobijo a los muesos de arte barroco y medieval austríacos. Además, a pocas cuadras está 21er Haus con piezas de arte contemporáneo. La vedette de tamaño lugar es, sin dudarlo, “El beso” de Gustav Klimt. Tanto es el furor que genera esta pieza que, para evitar las consabidas fotos robadas y de contrabando, decidieron instalar un banner con una réplica a centímetros de la original y bautizar a ese sector “selfie point”. Incluso invitan a compartir la foto en las redes sociales utilizando diversos hashtags para poder aunarlas dentro de internet. Para compensarse por tanto ejercicio, nada mejor que descansar en alguna de las sucursales de la cafetería Aída, presente en Viena desde 1913. Pida cualquier café con cualquier torta y la ecuación no fallará jamás. Si encima se decide por el local frente a la Ópera, se sentirá todo un rey.

Por último, el paseo que requerirá si o si que se tome un tren y viaje algunos kilómetros, pero que valen la pena cada uno de ellos. Entrar a los jardines de Schloss Schönbrunn es transportarse sin escala a la época de Sissi, cuando los palacios eran moneda corriente y la única actividad que tenían las damas de la monarquía era recorrer sus enormes predios dedicados a impecables flores, de las más variadas especies. En la actualidad, como sucede con Versalles en las afueras de París, sólo se debe abonar entrada para acceder a las muestras que se realizan en los salones internos, pero los parques son públicos y de acceso libre en horarios que varían según la época del año. Con mapa en mano, o mejor aún, perdiéndose entre los recovecos y volviendo a los senderos, puede ir descubriendo los jardines privados, las fuentes, el laberinto, la torre de María Teresa (primera y única mujer que gobernó la casa de Habsburgo, y madre de la archiduquesa María Antonieta, posterior reina consorte de Francia) y la glorieta, una sitio con una vista privilegiada de toda la zona y desde la cual se puede observar el contraste de la Austria clásica con la moderna.

Antes de partir de Viena, una pasada por el Café Central lo hará querer volver una y otra vez. Celebrando 140 años de existencia, en un ambiente sofisticado y, por qué no, hasta romántico, con pianista en vivo y camareros amabilísimos, sus delicias dulces con café o espumante son el mejor cierre para este viaje en el tiempo.

Por Damián Serviddio

Fotos: Marcos Mutuverría

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