Es vecino de Santa Bárbara y junto a su grupo de amigos fanáticos de las motos decidió iniciar una travesía por el país con el objetivo de ayudar a quienes más lo necesitan. Viajes, anécdotas, y lo más importante: el valor de la amistad. Una historia de sacrificio y entrega en palabras de un hombre que lleva su corazón sobre ruedas.
“Dar es fácil, con muy poco haces una gran diferencia; y a veces no pasa por lo material, puede ser un abrazo o escuchar a alguien lo que haga falta”, comentó el motoquero Gustavo Lozada, quien no escatimó en palabras al hablar de lo que para él es la solidaridad. Desde hace varios años forma parte del Club de Motonetas Picantes, un espacio de viejos amigos que un día pensaron en salir a recorrer la Argentina para brindar ayuda a escuelas rurales. A sus 45 años, este vecino de Santa Bárbara se animó a contar todos los detalles de su aventura.
Gustavo llegó a Nuevo Delta en 2003 con la intención de encontrar un lugar en contacto con la naturaleza y alejado de las grandes urbes: “Me vine a esta zona porque vi mucho potencial de crecimiento, tenía opciones de colegio para los chicos y una gran comunidad dentro. Además me encanta cómo esta aprovechado el espacio verde, tiene el encanto del campo”.
¿Gustos? Fútbol, rock y por encima de todo, las motos. Si de algo sabe este hombre es de motos. Lo conecta a ellas una cuestión sanguínea transmitida de generación en generación dentro de su familia. Su padre era motoquero, al igual que su hermano, sobrinos y por supuesto, sus hijos. “A los seis años ya estaba andando en moto, recuerdo que en aquella época inventábamos piezas para reparación. Nos arreglábamos con muy poco”, cuenta sonriendo.
Basta con charlar unos minutos para captar su alma fierrera y algunos indicios dan cuenta de ello. El garaje de su casa, por ejemplo, hace las veces de museo con distintos recuerdos que supo obtener en sus andanzas ruteras. Herramientas, posters, cuadros y hasta chapas de patentes están distribuidos en las paredes, mientras cinco motos copan la parada de la escena. En el guardabarros de una de ellas, una calcomanía contiene la leyenda: “Club de Motonetas Picantes. Picante no se hace, se nace”.
El Club de Motonetas Picantes
La historia inició con un grupo que se reunía los martes en San Isidro para tomar algo y pasar un buen momento entre amigos. Nació entonces el Club de Motonetas Picantes (CMP), cuyos integrantes comenzaron a identificarse con motos de los años 30’s, 40’s, 60’s y 70’s. Poco a poco la cuadrilla tomó más volumen y hoy son casi 40 las personas que comparten una misma pasión.
Sólo fue cuestión de tiempo para que tomaran la decisión de hacer pequeños viajes de forma conjunta. “Nuestros primeros trayectos eran cortos, porque salir a la ruta con motos viejas no es fácil, siempre hay inconvenientes”, explica Lozada y resalta que esa dificultad tornaba más interesante el emprender un viaje por la Argentina.
Pero necesitaban un motivo que impulsara dicha travesía, algo que hiciera que todo valiera la pena. Finalmente, el propósito elegido fue llevar donaciones a escuelas rurales distribuidas por el territorio nacional. Así, entre amigos y con una misión bajo el brazo, el Club de Motonetas Picantes viajó durante 50 días para llevar obsequios a escuelitas de las 23 provincias. “Más que alimentos, deseábamos entregarles a los chicos algo que les perdurara, como proyectores y películas, pelotas de fútbol, ropa y útiles escolares”, detalla.
En este sentido, menciona que las experiencias dentro de las escuelas rurales siempre fueron muy gratificantes. Las jornadas se pensaron como un intercambio enriquecedor, para compartir almuerzos con los niños, pasear en moto con ellos e inculcarles los valores que representan al CMP. “Ellos deben comprender que todo es posible, que si estudian e intentan, van a progresar en sus vidas”, afirma el vecino de Santa Bárbara.
Todos para uno y uno para todos
La máquina preferida de Gustavo es una Triumph Bonneville, a la que define como “una moto ágil y fácil de usar en los distintos caminos que podían presentarse, como pantanos, ripio, montaña, hielo o nieve». Fue su fiel compañera en las dos oportunidades en que el CMP recorrió el país entero, dividiendo cada viaje en tramos de 3500 kilómetros.
Sin embargo, se necesitaba algo más que una buena máquina para desafiar el desgaste físico y mental que significaba su paso por las 23 provincias. Para él, la presencia de sus amigos era el factor más importante para poder llevarlo adelante. El lema “Todos para uno y uno para todos” de Los Tres Mosqueteros, ahora aplicaba a los ‘Cuarenta Motoqueros’. Un clan en el que la amistad y la solidaridad se vive con cada andar.
“Suele pasar que paramos unas cuatro o cinco veces para arreglar la moto, ahí nos ponemos todos a disposición porque lo último que uno quiere es que termine el viaje para un compañero”, sostiene Gustavo y remarca que ese es el mensaje que el Club de Motonetas Picantes infundió en las escuelas que visitó. No obstante a sus diferencias, el grupo estaba unido por un vínculo que los movilizaba a ayudarse entre sí y a los demás.
Anécdotas: la maestra y el niño
Gran parte de las vivencias del Club de Motonetas Picantes quedaron retratadas en un libro de fotos que Gustavo enseña con mucho orgullo. Al pasar sus páginas, se remonta a cada experiencia vivida y hace hincapié en dos recuerdos que sin duda lo marcaron.
El primero fue un encuentro que tuvo con una maestra rural del interior del país, quien le contó que todos los días caminaba seis kilómetros para estar con los chicos de las escuelas. Ante tamaña entrega y responsabilidad, los miembros del CMP le expresaron su gratitud. “Le agradecí porque nos dejó una enorme enseñanza. Sabía que me llevaba mucho más de lo que dejé en ese lugar”, narra emocionado Gustavo.
La otra anécdota latente en su memoria es la de un viaje por el sur, cuando se encontraban en problemas con la moto de su hermano por cuestiones técnicas. Era de noche y estaban cerca de una estación de servicio con un garaje cerrado, cuando de pronto apareció un pequeño de unos 12 años preguntándoles si necesitaban ayuda. “Le dijimos que requeríamos una soldadora y a los 15 minutos volvió con la llave del taller de su padre, quien le dijo que podíamos usar lo que quisiéramos”, recuerda. Sin pensarlo mucho, los dos hermanos aceptaron la ayuda del niño y pudieron arreglar su vehículo. Luego retribuyeron la ayuda haciéndole algunos obsequios y compartiendo con él una buena charla. ¿Su padre? Nunca pudieron verlo.
¿Qué es dar?
En el vocabulario de Gustavo abundan frases cargadas de aliento y esperanza, que lo muestran tal cual es. Una persona comprometida a ayudar a quienes más lo necesitan. Según su parecer, eso viene de herencia: “Con mis padres solíamos ir a los orfanatos a pasar el día del niño. Es algo que me inculcaron. Me quedó, me sirve y me satisface, por eso lo sigo haciendo con mi familia”.
A su vez, el motoquero de Santa Bárbara se detuvo en la importancia de ayudar y lo sencillo que resulta: “Dar es fácil, con muy poco hacés una gran diferencia; y a veces no pasa por algo material, puede ser un abrazo o escuchar a alguien lo que haga falta”. Experiencias así, dice Gustavo, hicieron de los viajes las experiencias más gratificantes de su vida.
Con vistas al camino que queda por hacer, empezó la tarea de definir el próximo destino. A fines del año pasado, el CMP unió La Quiaca y Mendoza y su idea es continuar desde ese punto hasta Ushuaia. De allí en más tienen dos alternativas: cruzar a la Antártida o dirigirse a Islas Malvinas, aunque depende de cómo se den las cosas. El tiempo dirá qué nuevas aventuras les deparan a Gustavo y al Club de Motonetas Picantes, un grupo de buenos amigos que llevan como estandarte la unión y el compromiso de ayudar.
Por Maximiliano Benítez