Esta oración puede tener distintos significados según cómo la pronunciemos. Es una sutil diferencia que se presenta entre el lenguaje escrito y el verbal. Podría intentar dar cuenta de varias de esas acepciones pero creo que igual quedaría por fuera cierto sentido. Si hacemos la prueba de repetir la frase con distintos tonos veremos esa diferencia a la que me refiero entre estas dos formas del decir. Volviendo al tema que la pregunta/exclamación plantea, la relación de pareja va sufriendo cambios a medida que pasan los años. Podemos describir una serie de etapas con características particulares que, a pesar de las diferencias propias de la singularidad de cada relación, generalmente atraviesan todas las parejas. Estos períodos varían según la intensidad de los niveles de compromiso, romanticismo, intimidad y pasión con los cuales vivan el amor.
En los comienzos de la relación nos encontramos con la fase del enamoramiento que con el tiempo dará paso a modificaciones que indicarán la llegada de otras fases. A modo descriptivo encontramos que pasamos del enamoramiento, caracterizado por la indiscriminación de los dos transformados en uno solo, al establecimiento de una relación con mayor compromiso en la cual volverá a diferenciarse cada miembro del par. De a poco la relación se va transformando y se dirige hacia la constitución de una pareja propiamente dicha. Ahora sí se crea un vínculo. El reconocimiento de las diferencias puede coincidir en el tiempo con el comienzo de la convivencia. En la nueva cotidianeidad compartida es precisamente en donde salen a la luz las diferencias y donde cada miembro del par se empieza a mostrar como es, es decir, distinto del otro. En esta fase aparecen las individualidades. De este modo y mediante la consolidación de la relación de pareja se va constituyendo un vínculo de pertenencia que se irá afianzando cada vez más alcanzando su máxima expresión con la llegada de los hijos y la constitución de la familia.
Se inicia entonces la etapa de la maternidad/paternidad. La llegada de los hijos traerá consigo nuevas vivencias y nuevas responsabilidades. Los tiempos de la pareja cambian así como también los espacios y las actividades. De a poco vemos establecerse un vínculo cada vez más sólido que ha pasado por diversas adaptaciones, crecimiento, replanteo de proyectos y una permanente reelección del otro que sostiene en unión a la pareja. Llegamos así a la creación, con esfuerzo y gratificaciones compartidas, de un sentimiento de serenidad que funciona de base para la elaboración de nuevos proyectos en común. Como es de imaginar, cada una de las modificaciones que experimente la pareja requerirá de adaptaciones adecuadas a las nuevas necesidades. Estos pasajes plantean situaciones de crisis y dependerá de cómo se atraviesen la continuidad o no de la relación.
Un aspecto muy importante al evaluar las vicisitudes de la relación es la vida sexual de la pareja. A medida que las etapas transcurren la sexualidad irá sufriendo una serie de modificaciones en cuanto a la frecuencia y calidad de la misma. En los inicios vivirán una relación pasional que con el tiempo irá transmutando hacia una modalidad más serena. Un momento crucial es la maternidad. Aquí, con la llegada de los hijos, se produce en la mujer un retraimiento de la libido desde lo sexual hacia lo maternal. Es decir, la madre estará más abocada al cuidado del hijo y menos interesada en la vida sexual con su pareja. Este será un tiempo difícil no sólo por la distancia que se produce entre ambos sino por las exigencias que plantean las demandas del bebé. Seguramente será este un momento de crisis que si se supera pasaremos a la siguiente fase.
Entre los aspectos que podemos analizar al pensar en las crisis de pareja podemos encontrar lo que concierne al crecimiento individual de cada uno de los componentes de la misma y cómo esa situación repercute en la relación. Los crecimientos desparejos se dan cuando un miembro de la dupla crece de una manera creativa mientras que el otro no. Es igualmente importante poder pensar el desarrollo que han tenido como pareja. El tiempo transcurrió y en él se han dado las oportunidades de concretar o no lo anteriormente planeado. Cada uno habrá diagramado objetivos personales y otros en común. Desarrollo profesional, laboral, estabilidad económica, crecimiento y conformación de una familia, han sido, seguramente, los baluartes que conformaron el proyecto inicial. Ambos, y cada uno en particular, habrán alcanzado en más o en menos lo planeado y estas diferencias incidirán en la relación. Una situación bastante común es proyectar o responsabilizar al otro de nuestros fracasos en una muestra indudable de la propia intolerancia a la frustración. Esto puede ser motivo de dificultades en la relación que lleven a una situación de crisis que requiera del trabajo necesario para ser superada.
Junto con las crisis de pareja nos encontramos con una situación de crisis personal que se da en la mediana edad. Momento en el cual, casi sin quererlo, nos vemos evaluando lo que hemos alcanzado en comparación con lo que habíamos proyectado. Este es un momento de la vida cargado de emociones que, a veces, puede ser difícil de sobrellevar. Cuestiones sobre la vida en general, realización personal, hijos adolescentes y padres mayores que tal vez nos necesiten para su cuidado, podría ser el conjunto que caracteriza a esta etapa. Este es probablemente un punto crucial en las relaciones en el cual se dará la mayor cantidad de rupturas así como también serán muchas las parejas que sobrevivirán esta crisis y continuarán un camino de unión.
Las relaciones de pareja no siguen un modelo único sino que podemos encontrar una variedad de modos de relacionarnos con el otro. Existen matrimonios que triunfan en todo o en parte, así como también, otros que fracasan total o parcialmente. Es decir, vemos relaciones más saludables, amorosas y duraderas, o bien, por el contrario, otras destinadas al fracaso, sea este experimentado como separación o como convivencia de infelicidad.
Si bien existen modos más sanos y otros menos sanos de relacionarnos con el otro, por lo cual podemos hablar de parejas funcionales o disfuncionales, generalmente se experimentan ambos modos dentro de una misma relación. Habrá épocas en las cuales encontraremos características más saludables y otras que no. Y estas diferencias que se suceden a través de las distintas etapas que atraviesan juntos serán las que incidirán en el tono que le den a la frase inicial que dice: “¿¡Cuánto tiempo hace que estamos juntos?!” y que significa tantas versiones como momentos y relaciones existen.
Pensando en una relación con mayor cantidad de aspectos funcionales, en el vínculo con el otro es donde obtenemos el terreno fértil para vivenciar nuestro mundo de emociones más sanas, a la vez que podemos crear nuestros proyectos y encontrar la manera de concretarlos. Del mismo modo, las relaciones con mayor cantidad de características disfuncionales constituyen el campo sobre el cual se siembran las emociones más negativas y se cosechan las peores vivencias.
La capacidad para crecer junto al otro y evolucionar sanamente puede verse estimulada si consideramos ciertas acciones que promueven una mejor relación. Esto concierne a todo modo de vínculo. Para construir relaciones saludables es necesario aceptar al otro como es, reconocer su particularidad y no pretender convertirlo en el que yo quiero que sea. De este modo respetamos su individualidad así como necesitamos que sea respetada la nuestra. Mantener una buena comunicación, ser empáticos y generosos, promover un clima de confianza, intimidad y bondad, así como sostener el interés y el respeto son algunas de las estrategias que nos llevarán hacia una unión perdurable y gratificante.
La creatividad con la cual vivamos nuestra vida de pareja nos brindará la posibilidad de encontrar los mejores caminos para seguir creciendo y enriqueciéndonos en un proyecto compartido que nos trascienda.
Por Lic. Constanza Bonelli