Las distintas etapas por las cuales transcurre la vida requieren adaptaciones permanentes. En un comienzo nacemos abandonando las comodidades del seno materno en un esfuerzo necesario y vital de proveernos el oxígeno que antes, el medio en el que vivíamos, se encargaba de brindarnos. En un devenir constante de aprendizajes vitales iremos adquiriendo las aptitudes para vivir. Los primeros años serán con el indispensable sostén de nuestros padres y a medida que vamos creciendo iremos emancipándonos cada vez más de los aportes que ellos nos suministran.
Cada fin de una etapa es el comienzo de otra y esto se da en un proceso gradual. Somos niños, adolescentes, adultos jóvenes, adultos mayores y ancianos. Hay momentos en los que somos hijos y otros en los que somos padres. Pero hay un momento particular en el cual nos convertimos en padres de nuestros propios padres. La ancianidad frecuentemente llega con impedimentos físicos y/o mentales que transforman a las personas mayores en seres dependientes. Los padres ancianos con dificultades de autoabastecerse dependen de los cuidados de sus propios hijos quienes, además, se encuentran en un momento de la vida en el cual están conformando y sosteniendo una familia con hijos que, más grandes o más pequeños, también dependen de ellos.
El encuentro con la realidad que nos impone el incesante paso del tiempo puede resultar en ocasiones trabajoso y doloroso. Ver a nuestros padres envejecer, enfermar, sufrir y depender no es algo grato de transitar. En principio es doloroso dejar de tener frente a nosotros esa imagen protectora que construimos a lo largo de nuestras vidas. Figuras que, si bien hace ya tiempo que logramos emanciparnos, permanecen a nuestro lado como un sostén imaginario y simbólico que nos acompaña día a día y nos apoya en aquellos momentos en los que más los necesitamos. Pero al envejecer y enfermar, no sólo no contamos más con ese apoyo sino que son ellos los que necesitan de nuestro sostén. Nada más y nada menos que para comenzar a recorrer el último tramo de la vida. Momento que despierta angustia tanto en los padres como en los hijos. Los padres se enfrentan al final de la vida y los hijos a dejar de tener a sus padres y, a la vez, ven acercarse la próxima etapa que les tocará vivir.
En una cultura que privilegia la juventud y que no es tolerante a las marcas del paso del tiempo, en donde los signos de vejez son sinónimo de desecho y no se respeta la importancia de la sabiduría adquirida por la experiencia, envejecer no parece ser una tarea que queramos realizar. Pero si tenemos suerte, casi en una contradicción paradójica, llegaremos a viejos y viviremos muchos años. Deseo que hacemos extensible a la generación anterior, a la contemporánea y a la actual de todos nuestros seres queridos. No obstante, en esta lucha ambivalente de realidades, nos encontramos con nuestros padres envejeciendo, enfermando y necesitándonos cada vez más. Justo en este momento de la vida en el cual sobrellevamos el peso y el agrado de estar construyendo y sosteniendo la realidad que conforman nuestra familia, nuestros hijos, el trabajo, las exigencias económicas, la realización personal, entre otras cosas. Confluyen demandas de todo tipo en el momento exacto en el que nos chocamos con la realidad de tener que cuidar a nuestros padres.
La situación de tener que cuidarlos una vez que enfermaron y se convirtieron en seres dependientes de nosotros, puede causar estrés y tener una influencia negativa en la salud física y psíquica de los hijos que están cuidando de sus padres. Es por ello que es importante estar, dentro de lo posible, preparados para enfrentar este acontecimiento. La angustia que emerge de esta vivencia difícil puede ser tal que requiera de algún tipo de consulta profesional que acompañe el pasaje por esta etapa. Es importante aceptar esta realidad que nos toca vivir evitando negarla, para poder hacerle frente con todos los recursos emocionales con los que contamos. Saber que atravesamos circunstancias que nos hacen sentir algunas veces más aptos y otras menos aptos para atender adecuadamente dicha situación, así como reconocer nuestras limitaciones y saber que no todo está en nuestras manos, o buscar sentirnos acompañados por el entorno que también está atravesando este suceso, son algunas de las estrategias que pueden resultarnos útiles a la hora de dar respuesta a la demanda de nuestros padres.
Pero no sólo se trata de un momento doloroso. Si bien la enfermedad sí lo es, que nuestros padres transcurran la última fase de la vida nos brinda la posibilidad de aprender, al igual que lo hemos hecho en cada período vivido. Probablemente nos enfrentemos en esta oportunidad a una mirada distinta del tiempo personal que nos queda, y del tiempo que les queda a ellos por vivir. Ocasión pertinente para replantearnos los momentos que compartimos y el ritmo en el que vivimos.
La vida en general requiere del aprendizaje de los recursos más adecuados para cada ocasión, junto con la aceptación de nuestras limitaciones. Saber que no todo está en nuestras manos, aceptar la realidad y vivirla de la mejor manera posible parece ser una receta apropiada para combinar los distintos aspectos que condimentan nuestra vida.
Más allá de la enfermedad, esta etapa nos brinda la oportunidad de enriquecernos. Es un período de descubrimiento donde cada uno encuentra en el otro algo que lo modifica de manera positiva. Como en todo proceso creativo se produce una transformación superadora que se proyecta, a la vez, a nuestros propios hijos.
Por Lic. Constanza Bonelli