La vida del ser humano transcurre en una sucesión de etapas que tienen características propias. Cada una de ellas es el resultado de una combinación de aspectos físicos, psíquicos y emocionales. Es de esperar que el pasaje de una etapa a la otra se realice de un modo gradual, por lo cual encontramos momentos de transición en los que se combinan aspectos de ambas fases. En un orden cronológico podemos hablar a grandes rasgos de las etapas de la niñez, adolescencia, juventud, adultez y ancianidad. Cada una de estas etapas requiere de una serie de adaptaciones que implican un trabajo psíquico y emocional junto a los cambios físicos que la persona vivirá.
Si bien en cada una de estas fases el individuo debe afrontar una serie de dificultades a la hora de adaptarse a las nuevas exigencias marcadas por el ciclo vital en el que se encuentra, la adolescencia es una etapa del desarrollo humano difícil de transitar. Los jóvenes adolescentes atraviesan un período que se caracteriza por la irrupción de un torbellino de cambios físicos y emocionales. Es el momento en que su cuerpo dejará las comodidades de la niñez y enfrentará los avatares de la vida adulta, en principio, adolescente. Este es un momento de transición a la adultez, en el cual se combinan respuestas más infantiles junto con otras más elaboradas. El cuerpo pierde sus caracteres infantiles en un revuelo de transformaciones físicas que lo irán convirtiendo de a poco en un ser diferente. Esto va acompañado de una modificación psíquica y emocional. Es la hora de buscar la propia identidad y emanciparse de los padres. Si bien este es un período que llevará unos años hasta su culminación, el comienzo se da de un modo bastante irruptivo que genera rispideces entre padres e hijos. Encuentros y desencuentros necesarios para poder soltar al niño que han sido y poder pensar y proyectar el adulto que en el futuro elegirán ser. Proceso en el cual el joven debe atravesar una serie de duelos referidos al abandono de ese ser de la niñez.
Los padres al igual que sus hijos se enfrentan a una situación de cambio, de duelos, de adaptación a lo nuevo. También ellos dejaron de tener como hijo a ese niño que los admiraba para encontrarse con un “desconocido”, el hijo adolescente.
Al parecer son muchas las emociones en juego, y a veces es necesario evaluar si nuestros hijos y nosotros mismos, estamos atravesando esta etapa de un modo natural o si encontramos síntomas, es decir, dificultades más grandes de las que nos sentimos capaces de sobrellevar.
Algunos temas comunes que conforman la trama de la vida del adolescente pueden ser que adeude muchas materias y no tenga asegurada la promoción al siguiente año, o lleve sobre sí la etiqueta de una mala conducta en la escuela, o vemos que dejó de interesarse por el deporte que tanto lo estimulaba, entre otras cosas. Podemos observarlo desganado, confundido, frecuentemente en desacuerdo o desinteresado por la vida familiar. A veces muy preocupado por su imagen y sobrevalorando la opinión sobre ellos mismos que recibe de su círculo de pares, principalmente, a través de este nuevo tipo de relación mediatizada por el uso tecnológico de las distintas redes sociales. Si bien estas son todas situaciones esperables a la hora de atravesar la pubertad y la adolescencia, es necesario que como padres observemos si se trata sólo de un momento difícil que podrá superar con nuestro apoyo o si estamos frente a un pedido de ayuda que requerirá respuestas por fuera del entorno familiar.
Podemos coincidir con algunos estudiosos del tema en que la adolescencia es un “Síndrome Normal”, aunque parezca una apreciación contradictoria ya que se entiende por “Síndrome” a un conjunto de síntomas, y por “Normal” a una etapa del desarrollo que no indica la presencia de algo patológico. No obstante, podría ser necesaria alguna orientación para asimilar y adaptarse a esta serie de cambios, ya que los mismos pueden ser vividos con angustia tanto por el hijo como por los padres. Hablamos de orientación en la medida en que los síntomas no sean preocupantes, aunque podemos pensar en una consulta más específica si la situación particular lo requiere.
Pero no sólo nos encontramos con aspectos negativos a la hora de pensar en esta etapa de la vida. La adolescencia tiene aspectos positivos también. Nuestros hijos crecerán y veremos en ellos el reflejo de todo aquello que hemos transitado como vivencias compartidas. Nuestro amor, nuestros cuidados, quedarán plasmados de una u otra manera en esa persona nueva que conformarán. Lo sobresaliente de este fenómeno que es la adolescencia es que se trata de un período de plena creatividad, quizás más que cualquier otro. Es por ello que ver el crecimiento de nuestros hijos nos brinda la posibilidad de encontrarnos con algo nuevo que muy probablemente nos sorprenderá.
En este camino de encuentros y desencuentros tendremos junto a ellos la posibilidad de aprender. Como todo vínculo entre generaciones cada parte se enriquecerá en esta dialéctica singular.
Por Lic. Constanza Bonelli