La Bahía Halong era nuestro primer destino en Vietnam, después de haber navegado toda la noche desde Hong Kong. El día nos recibió con una niebla que envolvía todo, pero desayunar en la popa del barco, y con toda la Bahía Halong a nuestros pies, vaticinaba un inicio muy prometedor. Pasadas las 8.30, y luego de esperar que las autoridades de inmigración, que llegaron en un remolcador bien temprano en la mañana, nos dieran la luz verde para desembarcar, bajamos a las barcazas que nos llevarían a las Thien Cung Caves, ubicadas a unos 4 kilómetros de la costa.
En estas barcazas fuimos recibidos por nuestros guías, quienes nos dieron la bienvenida con un sabroso té verde y con la posibilidad de comprar artesanías a bordo durante la travesía. Esta oferta fue ampliada durante la navegación, ya que varios barquitos tripulados por familias locales se acercaban para ofrecernos sus productos, principalmente frutas y verduras.
En 1994, la bahía fue declarada Patrimonio de la Humanidad, y hoy es uno de los principales atractivos turísticos de este país del Sudeste Asiático. Esta bahía es también conocida como la bahía del Dragón descendente. A simple vista uno descubre las partes de un largo dragón asomando y desapareciendo bajo la superficie del agua. Algo así como un “Gran Nahuelito” pero en Vietnam… Navegamos serpenteando las formaciones rocosas durante unos 30 minutos hasta que llegamos a las cuevas. Las Thien Cung Caves fueron descubiertas hace aproximadamente 25 años y, según cuentan, el hallazgo fue gracias a un pescador que escapaba de una gran tormenta. El hombre llegó hasta una de las islas y al empezar a escalar dio con ellas.
Vietnam en general es un lugar húmedo y aunque cuando estuvimos era invierno, la temperatura era muy agradable. Ingresar a las cuevas fue una bocanada de aire fresco, y lo que nos esperaba adentro una experiencia de cuento fantástico. Estalactitas y estalagmitas eran las protagonistas de este “escondite” dentro de la montaña; aunque de por sí son una belleza natural, la mano del hombre las embelleció un poco más, al iluminarlas con luces de colores tenues, que ayudan a poder apreciarlas en su apogeo. Caminar dentro de las cuevas es maravillarse a cada paso, sentirse diminuto ante la grandeza de ese espacio, que nos remonta a tiempos impensados. Los senderos no poseen pendientes muy altas, aunque si hay que subir algunos peldaños. El recorrido de alrededor de 45 minutos se hace muy agradable y nada exigente.
Una vez finalizada la visita, las barcazas nos pasearon aproximadamente otra hora más entre las rocas, que por momentos asemejaban la escenografía de la película Avatar. Luego llegamos nuevamente al barco que había quedado fondeado frente a las costas de la ciudad. Ahí pasamos a otros barquitos que nos acercaron a la costa.
Nuestra intención era llegar al mercado central, pero no mucha gente de allí hablaba inglés, por lo que por momentos era difícil hacerse entender. Nuestra mejor decisión, luego de intentar entablar conversación con varios taxistas, fue ingresar a un hotel, bastante importante por sus dimensiones y decoración, y desde ahí llamaron directamente a un taxista para que nos llevara.
El mercado central es un destino imperdible en sí mismo. Ahí las familias locales ofrecen sus productos, que van desde pescado seco, artesanías en madera tallada, té, especias, carteras, zapatos y ropa, ¡hasta artículos de ferretería! Todo bajo el mismo techo.
La gente, muchos con sus sombreros vietnamitas tan característicos, la gran mayoría en cuclillas frente a sus canastos, formaban un espectáculo de colores y de aromas que nos hacían sentir dentro de un cuento. Frente al mercado, un grupo de barquitos que cumplen la función de hogares daba cuenta de lo rudimentario de la vida de muchos. En algunos se podía ver ropa colgada, secándose al sol; en otros personas cocinando.
Cruzando la calle, la modernidad… un enorme shopping al mejor estilo occidental se contraponía con todo lo visto hasta el momento. Recorrimos, pudimos ver grupos de jóvenes tomando algo fresco, familias yendo al cine o a lugares recreativos con simuladores o juegos electrónicos, pero después de haber estado en el mercado central, el impulso fue salir de ahí a seguir empapándonos de lo tradicional, que a decir verdad nos llamó más la atención, y cumplía con nuestro propósito de conocer nuevas culturas.
Con los ojos y el corazón lleno de nuevos paisajes y experiencias, volvimos al barco, a prepararnos para la nueva aventura que nos deparaba en Hoi An.
Por Laura Soiza