Contaminación visual
Cuando nos ponemos a pensar en Nordelta, una de las primeras evocaciones que viene a nuestra mente se manifiesta simplemente en un color, el verde. Los prolongados espacios de césped y árboles son uno de los distintivos que le dan su identidad a esta ciudad, esos que crean un marco de naturaleza a la vida de las personas que habitan la ciudad pueblo. Muchos, seguro hayan elegido vivir en un lugar así específicamente para escapar, aunque sea sólo durante el fin de semana, de la jungla de concreto que conocemos como la Capital Federal y toda la carga ambiental que ese ecosistema superpoblado implica. Eligen Nordelta por la posibilidad de alejarse del aire contaminado que se respira; de las orquesta de taladros, motores y bocinas que se escuchan, y de la invasiva y siempre presente publicidad, que exige ser vista a todo momento. Aunque, pensándolo mejor, quizás a esto último no se logre escaparle tan fácilmente.
En la medida que la cantidad de gente que vive en la zona fue creciendo, más atractivo se fue convirtiendo el espacio para el mundo publicitario. Con tan sólo poner un aviso en el corredor Bancalari, por ejemplo, un anunciante estaría encontrando como audiencia un sector de la sociedad con la posibilidad de acceder a esos productos o servicios. La mayoría de los habitantes de la zona recurren a esta y unas pocas vías más para su recorrido diario. Un camino obligado por el que transitan las personas incluso más de una vez por día. Un paraíso soñado para el mundo publicitario de productos de alta gama.
En el caso del acceso Bancalari, es alarmante como fueron creciendo en el transcurso de los años la cantidad de carteles con los que nos topamos. En un inicio los encontrábamos exclusivamente al principio y final del corredor, donde el acceso pasa por debajo la ruta 197, y donde se produce la intersección con la ruta 202. Rápidamente, las publicidades fueron ganando territorio; al punto en que hoy es ya realmente difícil ver el recorrido del Tren Mitre entre la estación Bancalari y General Pacheco. Las vallas publicitarias conforman una especie de pared, que redirigen nuestra vista con colores y frases llamativas que suplican por nuestra atención y bloquean los vagones que pasan del otro lado.
En cuanto a la ruta 27, las constantes obras y reformas generan un espacio publicitario que muchas de las marcas de alta gama no titubean en aprovechar. Particularmente, donde la ruta se encuentra con el Camino de los Remeros tiene lugar un conjunto de afiches que, de intentar leer todos mientras se maneja, generaría varios accidentes.
Pero esta especie de invasión comercial que se está viviendo no se limita a los territorios fuera de la ciudad pueblo, ya que regularmente se utilizan también las calles nordelteñas como soporte para la comunicación que la ciudad hace de nuevos eventos o lanzamientos a la venta de nuevos barrios y futuros proyectos que se encaran. Nordelta Centro Comercial y el supermercado Disco están repletos de carteles luminosos y afiches que llaman a la compra.
Más allá de la cuestión vial, que se podría discutir en qué medida es realmente viable poner carteles que distraen la atención del conductor, lo que preocupa es que rápidamente aquellos espacios verdes que tanto llamaban la atención en el medio de la ciudad, se estén empezando a perder. Que ese escape del mundo hípercontaminado empiece a ceder. Y que la publicidad nuevamente compre su espacio dentro de nuestras vidas.