Un camino espiritual que no queda tan lejos
En una esquina donde el cielo se despeja de los añejos árboles de Maschwitz y las vías le marcan al tren su recorrido, Dhammapada Dojo Zen recibe a valientes dispuestos a hacer un camino con corazón. Un espacio donde no se precisa la experiencia sino el compromiso y la disciplina con cualquiera de las actividades que se emprende. La propuesta es puntual: abrazar al Zen en la meditación y en las artes marciales. Y para que el plan no resulte tan chino… este proceso se enmarca en la corriente autóctona del Budismo Zen de Río de la Plata. Dhammapada se abre entonces como un templo dedicado al Zen en nuestros tiempos y en nuestras tierras. Desde este lugar más familiar, en los encuentros habrá té pero también mate, silencio pero no solemnidad, práctica pero sin obligaciones y preguntas al maestro con respuestas dulcemente entendibles. Así, entre el sonido del agua, piedras, camalotes, budas, velas, pajaritos y flores, el “Sifu” Koio Samadhi (D. Cossavella) invita a conocerse a uno mismo… y en castellano.
Cuenta el Sifu (maestro) que habiendo tenido una formación en el Zen tradicionalmente china y japonesa nunca se había sentido cómodo ya que no le resultaba genuino practicar una filosofía de vida con un una forma cultural tan ajena y tan lejana, “nunca me pareció que la filosofía de vida del Zen debiera depender de una cultura específica ni mucho menos de una época específica. Más bien creo que para que el Zen esté vivo, debe adaptarse, como lo ha hecho a lo largo del tiempo, a la cultura y la idiosincrasia de cada tierra a la que ha llegado”. La historia de Koio con el Zen empieza a los diecisiete años pero ya a los ocho había emprendido su camino en el Kung Fu, que explica, es un arte marcial del Zen, “esto siempre me llevó a formularme una pregunta que me acompañó por muchos años y me movió a estudiar el Zen particularmente: siendo que el Zen y el Kung Fu nacen en el mismo monasterio en China, ¿cómo es que un grupo de monjes budistas crearon un arte de combate? Después de años de estudio y de práctica encontré la respuesta dentro de mí mismo…”
Paralelamente al Zen, cursó sus estudios formales de Psicología en Buenos Aires, se recibió a los veintitrés años y desde entonces ejerce la profesión, aunque agrega “debo admitir que cada vez con menos frecuencia… el Sifu le fue ganando terreno al psicólogo”. Cuenta que gracias al fruto de veinte años de enseñanza pudo construir este Dojo hace poco menos de dos años, “hasta este momento Dahammapada había sido una Sangha itinerante.”
Sangha literalmente significa comunidad y se usa específicamente para una comunidad Budista que se reúne en un Dojo o en torno a un Maestro. Explica Sifu que la Sangha Dammapada es un grupo de personas, algunos ordenados y otros laicos, que se reúnen para practicar y profundizar sus conocimientos en el Budismo Zen. Además de esto, uno de los compromisos más profundos que asume un budista, es el compromiso social, “tradicionalmente se dice que uno se dedica a ayudar al resto de los seres a que alcancen su propia iluminación”. De este modo, Dhammapada Dojo Zen abre sus puertas para que se acerquen a practicar todas las personas que se sientan atraídas por la propuesta y lo hace de manera abierta y gratuita.
El Budismo escuchado en estos términos empieza a sentirse más cerquita y el atractivo de la invitación se centra, sobre todo, en la posibilidad de llevar la práctica a lo cotidiano. Así lo explica Koio: “el logro de la iluminación es el logro de la felicidad y esto se consigue reduciendo el sufrimiento. La propuesta del Zen del Rio de la Plata es recorrer este camino de un modo orgánico y coherente con nuestro modo de vida. Se ocupa de bajar a tierra los conceptos filosóficos tradicionales del Budismo Zen para que uno pueda fácilmente entrar en contacto consigo mismo y con el entorno en el aquí y ahora mientras, por ejemplo, está lavando la lechuga. Así logramos que el Ser y Dios –o el Cosmos– sean una misma cosa.”
En las meditaciones de todos los martes por la tarde así como en las prácticas intensivas de cada primer sábado del mes se pueden encontrar hombres y mujeres de cualquier edad: amigos, padres, hijos, vecinos del barrio, otros que vienen de más lejos… Una vez en el Dojo, los roles se borronean y el sonido del cuenco marca el comienzo de un silencio que se saldrá con la suya. Cada encuentro tiene su color y cada uno sus preguntas. Comenta Koio, “me gustaría que nuestra Sangha sea entendida como la Sangha de la inclusión, kshanti paramita, la virtud de la tolerancia, la paciencia, la inclusión. Todos son bienvenidos”. Asimismo, resalta: “trasmito el Budismo Zen como un camino, no como una doctrina. El Zen es una actitud con la que se encara cualquier actividad. Así, mis alumnos pueden pertenecer o abrazar cualquier religión y venir a practicar meditación o artes marciales sin entrar en contradicción con sus propias creencias. El Budismo es tan sólo un forma en la que se practica el Zen… la verdad, creo que hay una sola religión universal y es el amor”. En el Dojo se dan clases de Kung Fu para niños y adultos y clases de Tai Chi Chuan y Chi Kung para adultos.
Antes de terminar, el Sifu deja un obsequio para los curiosos y responde la pregunta que quedó antes inconclusa: “el guerrero se prepara para enfrentar a sus propios demonios no para vencer a otros, ese es el espíritu de la práctica de las artes marciales”. Ahora, dar el primer paso es cuestión de cada uno.
Por Sofía Moras