El juego cumple un rol trascendental en el niño ya que significa una preparación para la vida adulta. Los juegos se relacionan con el desarrollo del mundo simbólico y pasan a formar parte del niño. Para informar sobre estos conceptos fundamentales, José Eduardo Abadi, médico psiquiatra, psicoanalista y vecino de La Isla, desarrolla algunas cuestiones puntuales para tener en cuenta.
El rol del juego
Abadi comienza por reflexionar acerca del significado que tienen los hijos para los padres. Lo relaciona con el instinto de vida como así también con la generosidad del amor, siempre que el vínculo se exprese de modo sano. Ligado a la naturaleza indefensa del niño al nacer, plantea la necesidad de la existencia de un trípode conformado por amor, protección y disponibilidad. El juego, relacionado estrechamente con la disponibilidad, permite el desarrollo de la capacidad de autoestima y autoafirmación, “de este trípode depende la capacidad de amar del niño, su lugar de seguridad en el mundo, su permiso para tener la prudente audacia para iniciar proyectos y desafíos.” El juego tiene que ver con el ensayo de sus potencialidades, con la expresión a través de la fantasía derivada en juego, con un proceso que parte de la simbiosis para devenir en la individuación. El juego surge de preguntas, de la fuerte necesidad de respuestas. Las fantasías expresan tanto los deseos como los temores y angustias. “A través del juego el chico enfrenta el temor inicial a lo desconocido, a ese mundo demasiado grande al que ingresa”, en el juego recrea, reedita experiencias de su vida.
Juego: inserción en un mundo poblado por otros
Explica Abadi que el juego está estrechamente relacionado con la socialización que luego se establece de un modo más nítido en el jardín de infantes. Por su parte, el juego implica acuerdos, reglas, pautas como también la capacidad de lograr llegar a objetivos determinados. Por lo tanto, significa para el niño un estímulo, una manera de despertar inquietudes, una modalidad de descargar angustias por experiencias ingratas, una capacidad de socialización y el fundamental reconocimiento del otro. Abadi relaciona lo dicho al principio de realidad o criterio de realidad, “no somos personajes solitarios en un mundo donde tenemos que cumplir omnipotentemente nuestras fantasías, donde los demás son descartables. Existe otro como nosotros con el que podemos crear un vínculo, crecer, desarrollarnos. Es frecuente en algunos lugares ver un déficit terrible de este reconocimiento del otro, adultos que pretenden ser niños cumpliendo sus deseos y chicos angustiados, asustados por una soledad y aislamiento que no pueden reparar.”
Los juegos van variando a medida que el niño incorpora nuevas representaciones. Siempre el juego tiene que ver con el reconocimiento del semejante, la inclusión del otro, la descarga de miedos. A su vez, se incorporan aspectos distintos como la competitividad, “se empieza a jugar a ver quién gana, y es muy importante que allí en el juego podamos tener noción de que el otro sea un adversario y no un enemigo. Así fomentamos la competitividad para ver quién gana en el juego de la vida y no quién mata a quién en una guerra que la vida no tiene que ser.”
De la competitividad y de la capacidad de jugar depende el desarrollo de la imaginación. Según Abadi, en el adulto esta capacidad se transforma en algo evidente, “podremos ver repetidores bloqueados, inhibidos o gente con permiso, con capacidad de juego.” Juego e innovación en la infancia están ligados. “El prudente es audaz, no irresponsable. El temerario es un irresponsable”, el juego permite la audacia prudente donde el niño incorpora lo que es posible o imposible, “lo que va a llegar a buen puerto o le que se va a pinchar en el camino.”
El juego es aprendizaje, una manera de expresar y enseñar
“El juego es fantasía, no delirio, es importante incorporarse al juego del chico y poder entrar y salir ambos”, de esta manera se logra estimular el juego y la imaginación. Participar del mundo del niño, utilizar su lenguaje tiene que ver con la disponibilidad, así el niño aprender a jugar, “y esto no es eternizarnos allí sino incorporarse a su mundo, darle un espacio, valorar su persona, permitirles la competitividad.” Explica Abadi que no hay que confundir lo que implica enseñar con traer al chico al mundo del adulto, la propuesta es enseñarle a través del juego. Acerca de la rivalidad, ejemplifica: “No es la manera jugar al futbol con un chico de tres años en términos de pares, porque allí vamos a ganar no por ser capaces sino por ser más grandes. Sí debemos mostrar que no estamos jugando con un chico que consideramos un incapaz. Lo recomendable es darle la tensión adecuada de rivalidad que los haga sentir de ese modo personas fuertes”
El niño y la tecnología
Abadi comienza por señalar que el mundo electrónico por un lado es muy positivo y que resulta inútil renegar sobre algo que está dado. A través de dicho mundo, el niño incorpora un nuevo lenguaje que marca diferencias generacionales y en el cual se mueve con mucha facilidad, transitando las tecnologías con naturalidad. Esto permite abanicos amplios, “captación de cosas que antes parecían inalcanzables.” Por otro lado, dicho espacio también genera síntomas como el aislamiento o el déficit comunicacional. Cuando aparecen conversaciones tales como “no tengo mucha idea de cómo está mi hijo porque siempre que le hablo me parece que no me escucha, está concentrado en la compu” habría una situación donde el juego “captura”. A partir de este punto, el terapeuta recalca que el juego debe relacionarse con la libertad “…inventar, traer poner, sacar. Si el juego me captura, pasamos a una situación más delicada.” Menciona también la velocidad como un elemento que genera dificultad en la sedimentación de las experiencias y que termina por dificultar la relación con las personas, “todo es rápido, vertiginoso. La velocidad se traslada a los vínculos con las otras personas.”
Para regular este tipo de situaciones, Abadi recomienda comenzar por tener registro de lo que sucede, “regular el tiempo sin pensar que se está prohibiendo algo.” Destaca la importancia de crear espacios de diálogo, de juego, de invitar a los chicos a programas que hagamos todos. No hay que darse por vencido escudándose en que no se puede hacer nada, hay que participar activamente de la situación.”Abadi considera que algunos juegos son negativos pero que lo positivo o negativo del juego depende del diálogo en la familia, de la atención, del no estar ajeno. Y enfatiza: “no es lo mismo estar atento que ser un vigilante, así como no es lo mismo proteger que sobreproteger. Proteger cuida, sobreproteger deja indefenso.”
Cuando el juego se convierte en una exigencia
Abadi reflexiona acerca de la cantidad de cosas que se ofertan para entretenerse y terminan por convertirse en obligaciones para divertirse, “pareciera que estar con uno está mal, vaya disparate.” Explica que el juego es una innovación o ensayo pero que a su vez es placer. Desde el paradigma actual y esta nueva y positiva jerarquización del placer, éste está estrechamente relacionado con la felicidad. Si al placer se lo convierte en una exigencia u obligación, el juego deja de tener las características mencionadas y pasa a ser cansador, angustioso, “Cuando el juego transforma lo que sería el placer en una exigencia desatenta a las verdaderas necesidades del chico, el juego pierde su calidad de tal.” Abadi ejemplifica describiendo al niño que va a entrenar tenis con su padre para ser “el campeón” en vez de ir a jugar al tenis. En este contexto se permite “ganar” en términos agresivos. Plantea entonces la posibilidad de reformular este tipo de cosas en vez de cumplir modelos que aparecen en la sociedad como si fueran lo que naturalmente se debe hacer. Propone preguntarse aquello que necesita el niño. Resume esta idea en una precisa ecuación, “exigencia adecuada: estímulo y crecimiento; experiencia inadecuada o ideales inalcanzables: tensión que deviene en frustración, depresión, desvalorización y violencia.” Este punto lo relaciona también con la importancia de la curiosidad como elemento clave en el juego, las ganas de explorar, indagar y divertirse, “…cuando la exigencia es desmedida, la curiosidad se anula porque se anula la condición libre del sujeto y solo se trata de cumplir”
En la propuesta del nuevo libro del terapeuta, De qué hablamos cuando hablamos de buen amor, poniendo especial atención en la definición de amor vista como un vínculo entre padres e hijos, puede verse también al juego como un lugar clave en dicha relación, dada la capacidad implícita de crear que contiene.
Sofía Moras